Movimiento Social: ¿Reflujo, mutación...? (I)

Javier Sánchez es colaborador de AraInfo

La pregunta de qué nos sucede está siendo habitual en los últimos tiempos. A ésta le acompaña además, en muchos casos, una sensación de cansancio, de desazón, retroalimentada por la percepción de un reflujo en la movilización y/o de un cierre de salidas transformadoras, a pesar (o por causa) de ciertas recetas mágicas de raíz socialdemócrata. Pero, ¿esto es así exactamente? ¿Cabe repensar ese retroceso de otro modo para, al menos, tener una visión más compleja?

Recordaremos un debate que quizá resulte útil. Marzo de 2010, Agustín Morán y Enric Durán analizaban el pasado reciente de la movilización social, y el primero, no sin razón, lamentaba que tras el ciclo ascendente de las contracumbres de Seattle, Praga, Génova y Barcelona, jalonadas por acciones tan valiosas (y tan vilmente traicionadas) como la de l@s trabajador@s de Sintel, en 2003 perdimos pie, sobre todo por una indebida gestión del “No a la Guerra”. Pasados los casi desérticos 90s, ese repunte se desinflaba (en parte) por las cooptaciones del PSOE, gracias al aparataje PRISA, a sus tentáculos en los movimientos y a la pervivencia de falsas ilusiones desmemoriadas y/o inconscientes del papel que cumplió siempre el engendro “socialista”, al menos desde Suresnes. Y también por la palabrería y las posturas falsas que no propiciaban, claro, acciones más contundentes; acaso huelgas generales (casi) tan políticas como antaño o ni tan siquiera un castigo en las urnas a la derecha sin disfraz.

Sin embargo, a ello contestaba el hoy casi olvidado Durán que la cuestión no era tan sencilla como un retroceso, una desmovilización o una cooptación... sólamente. Por un lado, argüía que la movilización, para ser efectiva, debía ir acompañada de otro tipo de acciones, de una planificación y una organización de la que adolecía; básicamente, se trataba de no ir a remolque del ataque de la derecha y de evitar ir a “salto de mata”. Pero, además, la salida a la calle, siempre necesaria pero con un componente frustrante si no está integrada en una estrategia o como mínimo en una campaña integral y sólida, se había sustituido en gran medida por otras experiencias de construcción.

Buena parte de esa energía se había volcado en la creación de pequeños proyectos alternativos que empezaban a crecer exponencialmente. Al menos en Cataluña, las escuelas libres o las cooperativas de consumo ecológico, por ejemplo, se multiplicaban, y comenzaban a cristalizar redes que daban lugar a cooperativas integrales. Sobre un sustrato de corte anarquista y no sin elementos posmodernos, estas redes formaban parte de la resistencia y contribuían a su manera a atenuar los efectos a medio plazo de la arremetida neoliberal (que había declarado el fin de la historia y las ideologías), en el contexto de un país, además, en el que un genocidio, 40 años “de paz” y 30 de amnesia constituían el punto de partida del que jamás debemos ser inconscientes.

Bien. Veamos si el enfoque de esta reflexión en voz alta sirve para algo. En estos días, cuando lo efervescente se pone en evidencia y comprobamos que, efectivamente, las burbujas sólo eran burbujas, se observa ese hastío al que nos referíamos, que recae especialmente sobre algun@s militantes ya experimentad@s. Espacios que hace bien poco apuntaban a una reconstrucción y a un ascenso han visto esa trayectoria truncada (y el análisis de cuánto de diseño intencionado tiene eso queda para otro momento...), e incluso movilizaciones que debían haber sido alimentadas por una supuesta toma de conciencia de sectores más amplios de la sociedad (solidaridad internacionalista, repulsa a la violencia machista, incluso la respuesta anti-OTAN, no tan numerosa como debiera...) no sólo no han aumentado sino que decaen en medio de ese cansancio.

Sin embargo, cuando empezaba a compartir la visión más gris, una incursión en el Mercado Social de hace pocos días, en un espacio genialmente resucitado, me indujo a matizar esta impresión. Un Buñuel vibrante bullía de actividades, de proyectos de la llamada Economía Social; de gente compartiendo y creyendo que ésa es una vía necesaria. ¿Será que unos años más tarde (porque aquí jugamos en otras ligas...) el proceso al que se refería Enric Durán llega a nuestro entorno? ¿Será que la amalgama entre esa tendencia y los valiosos procesos propios que sentaron las bases de esta economía en Aragón son lo que la mayoría aprecia como resistencia y creación real, y que en ese ámbito el repunte es ascendente e imparable?

Llegados a este punto, confieso (meterse en camisa de once varas, le llaman) que soy rojo hasta el tuétano, y que creo que las redes de cooperativas deben ser sólo una parte, integrada en una economía de marco socialista (del socialismo de veras, queremos decir) que no rehúya la nacionalización y el control público de los sectores estratégicos, tanto de los entendidos “productivos” como de los de “servicios”; de los que sí son servicios y de los que en realidad son cobertura de derechos, como la sanidad o la educación. Éstas son, por tanto, una pequeña porción de la solución y no lo sustantivo, como también, entre otras muchas cosas, ha demostrado el caso venezolano. Pero la reflexión sobre este caso y sobre cómo podemos entender el marco socialista también queda para otro momento.

Somos conscientes, además, de que para algunas gentes los proyectos de Economía Social y Solidaria suponen una salida laboral y no tanto una opción transformadora realmente politizada. La mal llamada “crisis”, en tanto que difícil contexto de obligación al tiempo que de oportunidad, crea las condiciones para una posible (no determinada) proliferación de este tipo de experiencias, y eso tiene muchas aristas. Por ejemplo, la que también remite a las limitaciones en cuanto a la gente a la que llega o que se implica en estos proyectos; que tiene una cierta extracción social, que no suele formar parte de los grupos excluidos y a veces tan siquiera de los más populares. Las reflexiones a este respecto derivadas de la experiencia de la cooperativa de Landare (Iruña), también presentes en este Mercado, serán objeto de otro texto (y casi nos estamos poniendo demasiados deberes...). Como también lo serán la incardinación de estos elementos con lo que se ha venido llamando Consumo Consciente y Transformador, entendido no sólo como un mejor consumo en sí, sino en tanto que un eficaz modo de llegar a amplias capas de la población, con un discurso y unas prácticas que hagan la adecuada labor de zapa (has cavado bien, viejo topo…) en un horizonte de agresión salvaje del capital, y con el individualismo metodológico clavado en las entrañas de este sistema asocial.

Parece claro, pues, que no podemos conformarnos con considerar a estas experiencias como finales, pero sí resultan luchas parciales que forman parte de la resistencia y de la construcción y, por tanto, valiosísimas; más aún: imprescindibles. Son pieza importante de la que debe ser una vanguardia múltiple (¿Ha dicho “vanguardia”? Sí, sí, vanguardia; sobre esto sí habrá en breve un deber pendiente... relacionado también con una defensa de la militancia) que debe confrontar también necesariamente construyendo. En cualquier caso, creemos que una idea central es que la opción no debe ser nunca combatir el capitalismo de uno u otro modo sino en todos sus órdenes. La lucha no está en la calle o en la fábrica; en un parlamento o en los grupos de base; en lo laboral o en lo alimentario, sino en todos los ámbitos. Se trata pues de eliminar la disyuntiva y sustituirla definitivamente por la cópula; siempre la “y” frente a la “o”, teniendo, por supuesto, presente la estrategia general (valga la redundancia…) para la consecución del objetivo y las tácticas adecuadas a cada momento y lugar. Teniendo en cuenta también, que sin comprender lo general no podemos actuar sobre lo concreto, y que, a veces, esa prisa tan propia de estos tiempos para “ir a lo concreto” antes de hora, sin una comprensión amplia, nos puede hacer ir a ciegas o en una dirección no deseable. En el equilibrio estará la virtud.

¿Estamos, pues, en un momento de reflujo o de cambio? ¿De ambas cosas, si eso es posible? ¿Es ésta una mirada demasiado eurocéntrica y adolece de contemplar los procesos a escala más global? ¿Será capaz la socialdemocracia de contener (una vez más) los impulsos transformadores, como efectivamente también está sucediendo en buena parte del planeta e incluso en la combativa América Latina? Ufff... Mejor iremos despacito, tratando de aportar algunos elementos útiles; en lo sucesivo...

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