Me llaman radical

Por no callar, por no temer represalias, por seguir un ideal, por no ceder, por querer ser libre. Radical por atacar la raíz de los problemas que nos matan, pero no de los pelos que me crecen. Radical por incluir en el lenguaje a quienes nunca lo están, por incluir en la violencia a cada persona del planeta que nunca hizo autocrítica. Radical por ofender a quienes poco se cuestionan. Radical por no parar, aunque, incluso quienes creía en nuestro bando, me pongan zancadillas. Y a veces dudo, también, de si tendrán razón y me estaré pasando, de si debería …

Foto: José Márner

Por no callar, por no temer represalias, por seguir un ideal, por no ceder, por querer ser libre. Radical por atacar la raíz de los problemas que nos matan, pero no de los pelos que me crecen. Radical por incluir en el lenguaje a quienes nunca lo están, por incluir en la violencia a cada persona del planeta que nunca hizo autocrítica. Radical por ofender a quienes poco se cuestionan. Radical por no parar, aunque, incluso quienes creía en nuestro bando, me pongan zancadillas.

Y a veces dudo, también, de si tendrán razón y me estaré pasando, de si debería moderarme para que me quieran más, para poder respirar esa falsa libertad que nos ofrecen las vendas en los ojos, y creérmela, aunque sea un rato. Dudo porque luchar es agotador, ¡y aún me dicen que lo hago por aburrimiento!

Aquellos (en masculino, de individuos) que se crecen en base a lo que les cuelga entre las piernas, como si fuese una medalla, y hacen alarde de ello, y lloran – en sentido figurado, claro—porque también son discriminados, y gritan porque alguien les está arrebatando esos privilegios incuestionables, aquellos no son ni serán nunca radicales, porque la raíz les viene de perlas para alimentar sus erectos árboles.

Aquellas (en femenino, de personas) que se mantienen indiferentes ante lo que yo vivo cada día en mi piel desde que comencé a ser una mujer, o tú, desde que te descubriste no siendo lo que te decían que eras; aquellas que no quieren ver lo evidente y que se esconden en la comodidad de las jerarquías sociales; aquellas podrían ser, algún día, radicales, pero por ahora, son portadoras y diseminadoras de ideas enemigas. Y por ello no son compañeras.

Aquellas, aquellos y aquelles (con e, de inclusive) que dicen “si no eres feminista, eres machista”, incluyendo en nuestro mismo cupo a todo ese porcentaje restante que no nos ataca porque nuestros cuerpos sean como son, pero que no mueve un dedo por evitar que otra gente sí lo haga; cayendo de nuevo en esa contraposición de términos, que no son opuestos, aunque así lo crea mucha gente; y, tratando de hacer parte de esta guerra que libramos desde hace tantas generaciones a quienes no quieren serlo, a quienes nunca van a ser nuestrxs compañerxs (con x, porque me da la gana); aquellas, aquellos y aquelles tampoco son radicales, no todavía, al menos, no hasta que vean que la raíz es mucho más profunda que una dicotomía terminológica.

Me llaman radical por muchas cosas, también por enfadarme por lo que no va conmigo, pero va contra quienes no lo merecen, o por no casarme con ningún partido en mi política diaria, o por sacarle los colores a alguien al explicar por qué un comportamiento habitual y aparentemente inofensivo puede estar acabando con una vida en otro punto del planeta.

Nos llaman radicales con una mueca de asco, mientras beben CocaCola y se comen un McPollo, visten de Inditex y donan a Acnur. Nos lo dicen como si así nos estuviesen haciendo daño, sin darse cuenta de que, en realidad, nos están empoderando.

Será que, por fin, vamos acercándonos a verdadera la raíz del problema.

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