Los escombros del heteropatriarcado

En mi barrio, en mi ciudad, en mi país, a las mujeres nos violan y -algunas veces, a la vez que nos violan- nos apuñalan, nos pegan y nos humillan. En el pasado año, más de cien mujeres murieron en España, más de cien titulares de periódico que reflejan la indignante indefensión de muchas mujeres, asesinadas por sus compañeros, por sus maridos o por sus padres. Más de cien mujeres humilladas, humilladamente anónimas y todavía en mi barrio, en mi ciudad, en mi país no se escucha un grito incontestable de unidad, mientras se perpetúan algunos silencios, machistas e inhumanos. …

La diputada de Podemos, Itxaso Cabrera. Foto: Cortes

En mi barrio, en mi ciudad, en mi país, a las mujeres nos violan y -algunas veces, a la vez que nos violan- nos apuñalan, nos pegan y nos humillan. En el pasado año, más de cien mujeres murieron en España, más de cien titulares de periódico que reflejan la indignante indefensión de muchas mujeres, asesinadas por sus compañeros, por sus maridos o por sus padres. Más de cien mujeres humilladas, humilladamente anónimas y todavía en mi barrio, en mi ciudad, en mi país no se escucha un grito incontestable de unidad, mientras se perpetúan algunos silencios, machistas e inhumanos.

Ni en las grandes decisiones de empresa y estado, ni en los intereses de los poderosos nunca suele entrar una mujer y, en el caso de que pueda “colarse” sucede que representa el trofeo al que nadie escucha aunque, al mismo tiempo, sea el más codiciado. Una especie de objeto pasivo que poco o nada tiene que aportar, salvo una falsa media sonrisa con la que -encima- debe de agradecer a los trajes que le rodean el permitirle ser parte de la manada.

En mi barrio, en mi ciudad, en mi país, cuando las mujeres pueden abrirse paso entre corbatas y camisas remangadas, y forman parte de la vida pública y política, siguen teniendo que avisar de que están ahí, incluso explicar el porqué. ¿Acaso no es evidente que el mundo necesita o, por lo menos, merece la oportunidad de tener más mujeres en primera línea? ¿Que la evolución lo es un poco menos mientras las decisiones más importantes de la vida pública acaben con un varonil apretón de manos?

Las voces femeninas, durante tantos años ahogadas, quieren también navegar, mal que a algunos les pese, y poder coger el timón y el liderazgo del barco. Aunque lamentablemente algunas veces, en mi país, las mujeres, por ser mujeres, tengamos que demostrar todo tres veces más y soportar “aguadillas”.

Ojalá estas reflexiones fueran una exageración, fruto de un incorrecto o apresurado análisis de la realidad. Pero recordemos cómo hace solo unos días no le temblaba la voz al eurodiputado polaco, Janusz Korwin-Mikke, cuando afirmaba, incluso con tono burlón, que las mujeres debemos de ganar menos que los hombres, porque -según él mismo- somos más débiles, más pequeñas y menos inteligentes.

Las dijo en inglés, pero a todas nos suenan también en castellano. El idioma de un país en el que, todavía hoy, la brecha salarial entre mujeres y hombres es de casi el 20% y que tardará más de un siglo en desaparecer. Un dato lamentable, que se repite con las pensiones. A las mujeres, en la vida laboral, en los espacios decisorios y en la vida cotidiana, también aquí, muchas veces nos ignoran, nos desnudan con la mirada y nos visten con el pecado, nos juzgan y nos entierran con palabras de incomprensión, histeria y hormonas.

Por suerte, por la lucha y por orgullo, en mi barrio, en mi ciudad, en mi país, también hay mujeres valientes, heroínas que con su ejemplo, acción, lenguaje y esfuerzo diario deciden plantar cara al machismo y la desigualdad para que otras mujeres puedan decir no a cada sombra sigilosa que se apresura por la senda del patriarcado.

Tenemos que aunar esfuerzos y trabajar todas en la misma dirección, El feminismo es una forma de vivir individualmente y de luchar colectivamente. Lo decía Simone de Beauvoir en el París de mediados del siglo XX, pero hoy en día sigue siendo la clave para seguir avanzando, la llave para nuestro futuro, la herramienta más eficaz que tenemos para combatir ese machismo terrorífico y feroz.

Este 8 de marzo, nuestro barrio, nuestra ciudad, nuestro pueblo, nuestro país y nuestro mundo, tiene que sentir nuestro parón, en el Día Internacional de la Mujer tenemos que hacer temblar los cimientos del heteropatriarcado, derribarlo y bailar sobre sus escombros. El feminismo es una forma de vida, de lucha, la mayor de las banderas de la democracia y de su madurez… Y yo, en esa madurez, en ese futuro y en esa dirección, quiero estar viva.

Autor/Autora

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de nuestra política de cookies, pincha el enlace para más información.

ACEPTAR
Aviso de cookies