Las musulmanas, esas pobres oprimidas

No deja de ser curiosa la doble moral que por un lado se compadece de las musulmanas, pero por otro las culpabiliza. Esto se ve reflejado en las premisas típicas de “las mujeres musulmanas están oprimidas por su religión y por sus maridos” y “¿por qué yo tengo que taparme el pelo cuando voy a su país, pero cuando ellas vienen y no se adaptan, tenemos que permitirlo?”.

Ilustración: Eva Cortés

En un momento de incomodidad candente entre la población de izquierdas de nuestro país, en que los discursos xenófobos ya no se ocultan, sino que se ensalzan y “se colocan como medallas en el pecho”, en que el racismo se hace explícito bajo falacias contundentes y fáciles de repetir; no nos queda otra opción a las que se nos remueve el estómago con cada comentario casi automático sobre el problema de la inmigración, que rebatirlo – aunque sea agotador – y para hacerlo no podemos, tampoco, pasar por alto las diferencias evidentes dentro de estos discursos, en función de la nacionalidad, la religión o la cultura de estas personas migrantes que tantos problemas vienen a causarnos, y muchísimo más si incluimos el género en nuestro análisis. Introduciendo el tema que me atañe hoy: no es lo mismo un musulmán, que una musulmana.

Quienes trabajamos y vivimos el feminismo, conocemos de sobra la realidad del imaginario social en que la mujer, en su otredad beauvoriana, en su alteridad inalterable a lo largo de las décadas, constituye el reflejo de la posición del hombre, siendo así un espejo de su estatus social y prestigio. Por desgracia, este estereotipo se eleva en intensidad cuando, desde la visión occidental, se escudriña a la mujer musulmana – con aires de desconfianza o con cierta pena – y se la utiliza para justificar prejuicios, fobias y odio hacia todo lo que tiene que ver con la religión islámica e incluso contra la cultura árabe de manera indiscriminada – a pesar de que dicha relación sea evidentemente errónea, en tanto que “musulmán” y “árabe” son conceptos muy diferentes –.

“Yo no soy racista, pero que esos moros de mierda no toquen a nuestras mujeres"

Musulmana es tanto una refugiada árabe de Siria llegada al Estado español hace 10 días; como una inmigrante centroafricana sin velo que llegó hace 30 años; como una española de raíces árabes; como una española no racializada que decide llevar hiyab, y un infinito etcétera, siempre que dichas mujeres se consideren musulmanas y creyentes del Islam.

Sin embargo, lo que más les molesta a algunas personas del Islam, es la posibilidad de que una mujer española, no racializada, se convierta a dicha religión. “Que el día de mañana mi hija no lleve un “yihad” de esos (…) que están intentando quitarnos nuestra religión, nuestras costumbres y muchas cosas nuestras” oíamos decir a una señora con tres banderas de España en la mano, en un mitin de VOX durante el último programa de Jordi Évole, ¿qué tipo de razonamiento unilateral utilizamos para considerar a un grupo de personas como la mayor amenaza a nuestras tradiciones?, ¿acaso estas tradiciones son inamovibles y homogéneas para todes?, ¿de dónde nace ese temor hacia lo desconocido?, ¿y cómo se transforma tan rápidamente en odio?

Desde mucho antes de que los atentados yihadistas comenzaran a suponer una alarma social en Europa, desde mucho antes de la mal llamada “crisis de los refugiados” entre los países europeos, y desde mucho antes del auge de partidos neofascistas en los países occidentales, las ideas racistas, xenófobas y anti-islamistas no nos eran desconocidas. Sin embargo, es ahora cuando debemos ser cautas al permitir que ciertos comentarios se reproduzcan y se normalicen, aportando, por tanto, un punto de comprensión y justificación a las propuestas anti-migratorias tanto a nivel político, como social.

“Más reprimidas que en sus países no pueden estar"

No deja de ser curiosa la doble moral que por un lado se compadece de las musulmanas, pero por otro las culpabiliza. Esto se ve reflejado en las premisas típicas de “las mujeres musulmanas están oprimidas por su religión y por sus maridos” y “¿por qué yo tengo que taparme el pelo cuando voy a su país, pero cuando ellas vienen y no se adaptan, tenemos que permitirlo?”.

Generalmente, los ataques a la religión musulmana van enfocados a las mujeres como personas resignadas, subordinadas, que no tuvieron la oportunidad de decidir si era eso lo que querían. El ejemplo de Arabia Saudí no deja de ser el más recurrente, alegando que una religión (o país cuyas leyes obedecen a la religión) que prohíbe a las mujeres abrir una cuenta bancaria, estudiar y que las oculta del mundo mediante la imposición del burka, debe de ser una religión eliminada, al menos, de nuestra grande y unida España, donde las normas son otras y las libertades mucho más amplias.

Las saudíes, como ejemplo concreto, y las musulmanas, en general, son vistas desde occidente como un objeto de propiedad del propio Islam y de sus maridos, pero incluso alegando eso, se las sigue cosificando. Se condena que el Islam es machista por oprimir a la mujer, pero al mismo tiempo se infantiliza a las musulmanas, se las trata con condescendencia, e incluso se debate sobre lo que es mejor para ellas. Son utilizadas para atacar una religión con el mismo argumento que se critica. Son, simultáneamente, herramientas y motivo de ataque.

Por esta razón, no interesa sacar a la luz movimientos revolucionarios llevados a cabo por mujeres musulmanas, como – ya que hemos hecho referencia a Arabia Saudí – la radio clandestina feminista que da voz a mujeres saudíes que tienen mucho que decir en relación a la represión de su país y del patriarcado, así como otros temas prohibidos para ellas. Nadie conoce, tampoco, a Manal Al Sharif, quien se reveló contra la ley saudita que prohibía conducir a las mujeres, ni a otras que le siguieron. Poco hemos oído hablar de esta radio y de estas mujeres, porque romper con el estereotipo de mujer musulmana sumisa conllevaría reformular todos los argumentos anti-islamistas.

La cuestión del Islam en el Estado español se ve como algo exótico, lejano, a pesar de que tengamos una frontera sur colindante con un país de mayoría musulmana como es Marruecos y a pesar de que la población musulmana en el Estado español ronde los 2 millones de personas. Fruto del desconocimiento y de la creencia de estereotipos, surgen los prejuicios y la discriminación. Si el estereotipo imperante de la persona musulmana adquiere los adjetivos de extremista, violenta y machista, no es difícil entender que, alguien que poco o nada se ha relacionado con personas musulmanas, crea estos adjetivos y los incluya en su imaginario, dando rienda suelta al rechazo.

Lo mismo ocurre con las musulmanas: quienes apenas han tenido contacto con ellas, admiten la imagen de oprimida, silenciosa, reservada, cuidadora, complaciente y esclava que se nos muestra de ellas, y por tanto, expresan también una clara confrontación, no solo con su religión, sino también con ellas, dado que las mujeres que muestran su identidad religiosa (a través de la vestimenta, de su discurso, de sus prácticas, o de cualquier otra manera), lejos de estar demostrando su libre decisión, son vistas como anuladas y presas de una subordinación que las sume en la indefensión aprendida.

Y es que la cuestión del velo es la muletilla de cualquier anti-islamista. El velo es la representación más visible de las musulmanas, aunque haya quienes decidan no cubrir su pelo. El velo (hiyab, chador, niqab, burka o cualquiera de sus diferentes formas), parece ser la causa principal de la represión de los hombres musulmanes y de la religión sobre las mujeres, entre quienes pretenden actuar de defensores/as de los derechos y las libertades. Las musulmanas son obligadas a cubrir su pelo, no porque ellas así lo decidan, sino porque son presas de una religión que las manipula.

Utilizar el velo se ha convertido, para muchas mujeres, en una reivindicación anticolonial, anti-impositiva y muestra pública de sus orígenes – lo cual ya refleja la independencia y actitud revolucionaria de algunas musulmanas –. En países europeos, donde personas que nada tienen que ver con ellas, se esfuerzan por decidir su vestimenta, no queda otra opción que la sublevación ante el occidentalismo colonial y la reivindicación de su libertad frente a la asimilación cultural, a veces impuesta, de algunos gobiernos. Si las activistas en países musulmanes se rebelan contra la imposición quitándose el velo en público, y en países no musulmanes, se rebelan poniéndoselo, es porque en ambos casos, los intereses no corresponden realmente con la libertad de las mujeres, sino con su subordinación.

Quizás deberíamos dejar de preocuparnos sobre lo que cubre sus cabezas y profundizar en lo que habita dentro de ellas, o quizás deberíamos dejar de legislar por una norma de vestimenta y tratar de acabar con la mutilación genital femenina – como hace Waris Dirie, entre otras muchas –, con el matrimonio infantil – que denuncian encarecidamente Layla Hamarneh y más activistas –, o el sistema de violencia sistemática contra las mujeres que prima en todo el mundo – como denuncia, por ejemplo Khadije El Husaini –.

¿Estamos identificando, desde nuestros ojos supremacistas, los verdaderos problemas y opresiones que sufren las musulmanas?, ¿no será también, el propio debate sobre el velo, una manera de opresión y silenciamiento por nuestra parte?, ¿estamos siendo coherentes con las libertades que defendemos para las musulmanas?, ¿qué papel toman ellas en todo esto?

“Para machistas, ellos"

El Islam, para la ciudadanía normativa del Estado español y de Europa, ha dejado de ser tan solo una religión, para constituir un ideario de costumbres violentas, lengua incomprensible y relaciones cuadriculadas provenientes de personas extranjeras y racializadas. El Islam, a ojos de la mayoría normativa, es la imagen de un colectivo machista, clasista y violento. Esta imagen se presenta como objetivo a abatir perfecto, por parte de quienes se resisten al cambio de paradigma en las relaciones sociales – cambio de paradigma con vistas a la equidad e igualdad de derechos entre todos y todas, sin excepción –. Es decir, el Islam se ha convertido en los últimos años en el target de las personas privilegiadas (no racializadas, de clase media-alta y no pertenecientes a ninguna minoría). El anti-islamismo trata de aunar fuerzas contra algo que distraiga a los movimientos activistas de otras luchas sociales que puedan afectarles directamente.

No es baladí, tampoco, que las atribuciones de estos adjetivos peyorativos hacia todo lo relacionado con el mundo islámico, se hagan desde una visión eurocentrista, desde la que se mira la cultura islámica como atrasada, retrógrada, inmovilista. De hecho, es esta concepción del mundo y las sociedades la que fomenta todo tipo de discriminaciones por país de procedencia, creencias, tradiciones, etc. Y es que desde este pensamiento de que “lo nuestro” es lo mejor y hacia donde “todo lo demás” tiene que tender, perpetúa los privilegios de la cultura occidental sobre la oriental. Un colectivo que continúe siendo, a ojos de la mayoría, una fuente de prejuicios y discriminación, seguirá situando a las personas europeas – y españolas –, por encima. Una religión tachada de machista y represiva, suavizará los innumerables rasgos sexistas y de opresión de la cultura europea y española, colaborando a desviar el punto de mira hacia lo externo, lo lejano, lo diferente.

Invirtiendo gran parte de la energía en atacar la opresión del Islam y los musulmanes sobre las musulmanas, se legitima la lucha de corte neoliberal, la lucha parcial que solo ataca los aspectos superficiales, los rasgos que son capaces de atraer la aprobación de la opinión pública si no se indaga demasiado sobre las verdaderas razones de dicha condena. Sin embargo, lo que realmente esconde este ataque al machismo musulmán es el mantenimiento de la jerarquía social en la cual, los países europeos se mantienen por encima de los de medio oriente o África del norte y por la cual, las personas del Estado español, son más libres, más civilizadas y, por ende, mejores, que las musulmanas-árabes-inmigrantes.

“Las feministas no se meten con los musulmanes"

Feministas no somos solo las blancas españolas no racializadas, y esto es algo que todas las privilegiadas todavía tenemos que trabajarnos. Quizá no lo vivamos en nuestras pieles, pero no podemos cerrar los ojos ante lo que nuestras compañeras llevan años denunciando en sus respectivas sociedades. En lugar de eso, es nuestra responsabilidad incorporar sus luchas a la nuestra, visibilizar sus logros y derrotas, nombrarlas, admirarlas citarlas en nuestros discursos y unirnos a ellas contra lo que al final es una pelea común contra todo modelo de opresión.

La lucha feminista radical, la que alude a la raíz de los problemas de las desigualdades jerárquicas entre hombres y mujeres, no puede, entonces, permanecer al margen de la violencia que sufren las musulmanas – al igual que tampoco debe permanecer impasible ante la violencia contra otros colectivos –. Lejos de justificar la violencia en el Islam – como continuamente se alega desde posiciones anti-islamistas y anti-feministas – la lucha radical se dirige a la destrucción del eurocentrismo, la colonización cultural, la xenofobia, el racismo y la opresión de las mujeres en todo el mundo.

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