La nueva derecha camaleónica

El nacional-catolicismo tiene cada vez menos tirón, así que un programa de liberalismo económico en un estado en que todo el mundo se cree clase media es el producto perfecto. Unos toques de la tradicional mano dura y centralismo de la derecha españolista y tendremos derecha para años.

Manuel Valls y Albert Rivera en una manifestación de Societat Civil Catalana.

La derecha pasa por un momento dulce en Europa, con una implantación casi total en el continente, gobernando desde estados centrales a alcaldías y con muchas caras nuevas abanderando viejas ideas.

Ideas que han sabido cambiar su aspecto, deshacerse de sus dogmas más rancios y ofrecer una imagen reciclada, hasta amable, a base de nuevas siglas y coaliciones simplemente de derechas en las que, a menudo, se integra la extrema derecha. Esta actitud de camaleón político le está viniendo de perlas.

Que la derecha ya no es lo que era, o más bien se esfuerza en parecer otra cosa, no debería ser ninguna novedad. Pero el análisis habitual de la izquierda equiparando a los derechistas con “fachas” está quedando un tanto desfasado y para eso hay que fijar la atención en la derecha que viene. No tenemos solo que analizar la posible irrupción de Ciudadanos (C's) como fuerza troncal de la derecha sino mirar a las fuentes de las que bebe este partido, de las nuevas derechas camaleónicas en Europa.

La derecha y su cara más ultra ya no es tan conservadora. Sigue siendo identitaria y fuertemente nacionalista, pero liberal en lo económico y pragmática en lo social.

Además es una realidad de ideario chicle, que se puede estirar hasta el ultracatolicismo polaco o encoger hasta el social liberalismo cool del guaperas Macron: centro-izquierda con un pie en la derecha. Pero el caso es que gana en casi todos los lados.

Mientras tanto la izquierda no ha sabido interpretar esa nueva cara de la derecha, que ha tirado de los miedos tradicionales de los que se alimenta el nacionalismo ultra de siempre: pérdida de identidad cultural, xenofobia o inmigración, pero quitándose cualquier etiqueta que pudiera relacionarla con el fascismo.

Eso sí, el caso del Estado Español aún es un poco peculiar, pues la derecha más representada políticamente por el PP, está bastante quemada, de lo que se aprovecha C's para ir sentando sus reales.

El nacional-catolicismo tiene cada vez menos tirón, así que un programa de liberalismo económico en un estado en que todo el mundo se cree clase media es el producto perfecto. Unos toques de la tradicional mano dura y centralismo de la derecha españolista y tendremos derecha para años.

Mientras la derecha que emerge en Europa ha cambiado los términos. El liberalismo económico ya ni nombra la palabra capitalismo, son depredadores de rostro amable como el francés Macron.

Un personaje digno de un análisis. Muy liberal en su vida privada, exhibe una relación con una mujer mayor que él y su discurso cala entre la comunidad LGTB o las mujeres.

Sin embargo, en lo económico sigue una línea de capitalismo duro, privatizaciones y menos estado del bienestar, aunque fuertemente europeísta. Sabe que sin las economías fuertes de Europa su proyecto no tiene sentido. Y también sabe leer los movimientos empresariales en una realidad en que muchos lobbies económicos están por encima de los estados.

Tampoco se esconde. De momento en lo económico está dando lo que prometió, pero su política económica le acerca sospechosamente a Merkel.

Pero es que hasta la extrema derecha está jugando la carta de la moderación en Francia, cambiando no solo de líder sino también de imagen para quitarse el sambenito de partido retrógrado.

Luego hay derechas muy de derecha o que no eran tan ultras pero han sabido reconvertirse al “producto que vende”. El ejemplo lo tenemos en el húngaro Viktor Orban, que procede de una tendencia mucho menos conservadora, pero que ha sabido ganar la partida a la fuerte representación de los filonazis de Jobbik con un modelo de partido de aluvión. Con un nacionalismo identitario y el discurso anti-inmigración, en un país donde la inmigración no es un problema especialmente acuciante, ha rentabilizado la construcción de su valla de separación con la vecina Serbia.

Por contra en la cercana Croacia, como en otros países que componían la ex-Yugoslavia se ha hecho fuerte un modelo de derecha coaligada que tira del pasado anti-comunista y de renunciar a cualquier cosa que suene a la antigua federación.

Pero sin embargo allí y en otros países los partidos derechistas han hecho el camino inverso a Hungría.

Ese es el caso austríaco en que la derecha ha girado hacia el centro, incorporando a los elementos ultras del FPO en ministerios tan importantes como Interior. Otra coalición transversal en la que caben desde democristianos a neonazis.

También en Finlandia los ultras con ramalazo nazi de los “Finlandeses verdaderos” se han  puesto la piel de cordero y aliado con el centro-derecha.

Porque la imagen confusionista, la llamada tercera vía, está más presente que nunca. Recientemente seguí la campaña en Italia y sus resultados electorales. Los neofascistas ahí siguen, pero una renovada Lega Nord (LN) ha sido la gran triunfadora sin duda. Una LN con un negro como senador y un cabeza de cartel, Matteo Salvini que proviene de Leoncavallo, espacio okupado milanés.

Probablemente sean los fascistas mejor camuflados de estos tiempos. Con su negro, su ex-okupa y sus soflamas proteccionistas no rebajan un ápice su discurso, pero la funda en que se envuelven es bastante más elegante y menos cazurra que la ultraderecha tradicional.

Son unos pocos ejemplos pero el modelo se repite. Se está jugando la carta de la demagogia. Es una paradoja, pero los que se dedican a colgar la etiqueta de populista a todo el mundo probablemente sean los más populistas.

Es una política de péndulo en la que se oscila tan pronto al europeísmo como al escepticismo. Un nuevo enfoque que toma cosas del estado del bienestar, del proteccionismo, pero que ofrece neoliberalismo. Un cóctel que ha pillado al pensamiento transformador con el pie cambiado y que aprovecha el espacio que ha dejado una socialdemocracia que agoniza desde hace años.

Y mientras arremeten contra muchos de los pequeños avances conseguidos en los últimos años: trabajo de género, feminismo, perspectiva multicultural, conciencia ecológica, sanidad universal, educación pública e inclusiva... No es ninguna broma, tenemos mucho que perder.

Me da la sensación de que la izquierda y los movimientos sociales, en general todo el anticapitalismo, están un poco en la inopia.

Echo en falta un trabajo de análisis de fondo de lo que es la nueva derecha y su discurso camaleónico, mientras seguimos usando clichés que han quedado desfasados.

Hace unos años se dio por hecho que todo era conservadurismo o fascismo, pero el paradigma ha cambiado. El caso es que están aquí. Y van ganando.

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