La fuga de la ética. Recordando a María Zambrano

En 2º de la ESO los estudiantes se acercan a la problemática del refugiado y los motivos de éste a emprender su fuga. Los motivos pueden ser variados, pero siempre en todos ellos habita una violencia estructural, ya sea de índole político, económico o cultural. El término refugiado está conexo con el de refugio, pero también con el verbo fugarse, huir (del latín, fugam). El refugiado es un individuo que se ve obligado a fugarse, a huir en busca de un refugio, de ahí el término refugiado. Parece cada vez más evidente que la mal denominada “crisis de los refugiados” …

María Zambrano

En 2º de la ESO los estudiantes se acercan a la problemática del refugiado y los motivos de éste a emprender su fuga. Los motivos pueden ser variados, pero siempre en todos ellos habita una violencia estructural, ya sea de índole político, económico o cultural. El término refugiado está conexo con el de refugio, pero también con el verbo fugarse, huir (del latín, fugam). El refugiado es un individuo que se ve obligado a fugarse, a huir en busca de un refugio, de ahí el término refugiado.

Parece cada vez más evidente que la mal denominada “crisis de los refugiados” es la forma política que ha adoptado la crisis económica europea. Una crisis que en esencia, supone el umbral el derecho y de la política, cuestionando las instituciones modernas que lo condenan al ostracismo a los refugiados. Estos, queramos o no, interpelan a algo más que a meras cuestiones económicas, replanteando conceptos como ciudadanía y derecho y en suma, reflejan una categoría ética en la que debería situarse la validez de las estructuras e instituciones políticas que en teoría nos representan. Es la misma Europa que antes habría incorporado a estos emigrantes a su fuerza de trabajo, la que ahora los tilda de refugiados, a modo de molestas criaturas innecesarias, evidenciando más que una crisis económica, una profunda crisis ética. Un término –la ética- que por mucho que se inste a menoscabarlo en interés del capitalismo,  debería ser el eje vertebrador de la sociedad.  Hace ya cerca de 52 años cuando  tras una nueva denuncia y tras la posterior inspección "sanitario-cívica", la familia Zambrano y trece gatos abandonaban a marchas forzadas la por aquel entonces democrática Italia, dirección a Francia con un aviso a la policía gala de que se trataba de "personas peligrosas".

Sin duda el exilio fue el sino de María Zambrano desde que un 28 de enero de 1939 cruzara la frontera francesa en compañía de su madre, su hermana Araceli, el marido de ésta y otros familiares. Una cicatriz imborrable en su vida del que haría toda una categoría filosófica para aproximarse a la existencia humana y fundar “un refugio” ético que abogara por una nueva crítica social.

No hay estatuto jurídico o político que pueda reflejar lo que supone el destierro, en el que cada lugar de acogida supone también una experiencia de desgarre, una nueva herida.  “Comienza la iniciación al exilio cuando comienza el abandono, el sentirse abandonado” decía la filósofa, poetisa entre poetisas[1] y en cierta forma, “mística de la sociedad”. Difícil no sentir el abandono de la ética por unas instituciones que, a lo máximo que aspiran, es a “alquilar” espacios turcos para no hacer frente al exilio.

Cada proscripción, cada deportación, cada maldito peregrinaje obligado  no sólo deja una estela indeleble de partes de exiliados,  desprendidos en cada uno de los lugares que nunca llegan a habitar realmente, sino de partes de nuestra sociedad.  Muy probablemente para María Zambrano los campos de refugiados o centros de retención habrían supuesto una nueva y eufemística versión de los “antiguos campos”,  con las funciones que históricamente se les asignó: vigilar, controlar y, en el caso necesario, expulsar poblaciones indeseadas.

Les queda un gran recorrido de aprendizaje a los alumnos de Segundo de la ESO. Menos mal que siempre les quedará Pokemón… el pensamiento de María Zambrano no tiene refugio en ningún programa curricular, como en las instituciones, y parece estar condenado al exilio.


[1] En los últimos años algunas autoras como Ana Rossetti  se denominan a sí mismas poetisas (y no poetas), al considerar que hay que rehabilitar el termino, llenándolo de contenido y reivindicando a las buenas poetisas que ha habido y que hay, en vez de evitar la palabra sólo por haber sido estigmatizada anteriormente.

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