La despoblación y el abandono rural con los que también perdemos agua

Existen procesos socio-económicos que generan cambios ecológicos. En este sentido, durante la tercera jornada del ciclo del Geoforo 2018 se planteó a los profesores Maite Echeverría y José Manuel Nicolau una pregunta que relacionaba dos problemas muy aragoneses: la despoblación y la reducción del caudal de los ríos. Les entrevistamos previamente para tratar de dar respuesta y solución a esa relación.

Foto: Miguel Ángel Conejos (AraInfo).

El cambio climático es un hecho y del mismo se desprenden un par de  aspectos fundamentales en cuanto al agua que consumimos: las estimaciones dicen que las precipitaciones serán menores y las temperaturas medias continuarán subiendo. Ambos síntomas nos sitúan en un escenario el que la cantidad de agua va a ser menor en un planeta en el que la población no para de crecer. Una situación que obliga a tomar medidas que todavía no están avanzadas en la agenda política.

Teniendo en cuenta que una persona residente en Aragón genera una huella hídrica de 2.400.000 litros anualmente las cuentas comienzan a no salir. Habrá quien diga que no gasta tanta agua, sin embargo, es necesario tener en cuenta que un solo huevo que comamos se ha generado gracias a 330 litros de agua, una manzana ronda los 200 litros de agua, una cantidad parecida a la que se ha necesitado para que nos bebamos un vaso de leche  de vaca. Producir un solo kilo de arroz genera una huella hídrica de 3.400 litros de agua y un filete de ternera 4.500 litros. Las cuentas comienzan a no salir, ¿verdad?

Pero además de estos usos, que podríamos considerar de primera necesidad pues nos sirven para alimentarnos, el ser humano es capaz de construir cientos de miles de piscinas privadas, de sacarse una licencia para jugar al golf en La Muela, o de esquiar en la sierra de Javalambre, haciendo caso omiso a las estimaciones que nos avanzan un futuro con muchísima menos agua.

El agua debe preocuparnos y así ha comenzado a suceder, aunque es cierto que más a nivel académico que político o social. Coincidiendo con el ciclo del Geoforo de este 2018 hablamos con Maite Echeverría, profesora en el Departamento de Geografía y Ordenación del Territorio, y José Manuel Nicolau, profesor en el Departamento de Ciencias Agrarias y del Medio Natural, ambos en la Universidad de Zaragoza.

José Manuel Nicolau y Maite Echeverría.
José Manuel Nicolau y Maite Echeverría.

Aguas de colores

Ambos profesores participaban en una charla en la que el título rezaba: “Agua azul y agua verde: ¿está afectando el despoblamiento rural al caudal de los ríos?”. Cuando me planteé esa pregunta a mí mismo no pude encontrar respuesta, de hecho la propia definición por colores de las aguas eran en la práctica  un asunto desconocido.

“El agua azul es el agua que fluye en los ríos, que fluye en la superficie terrestre, y que está relacionada con la precipitación y el agua verde lo podríamos definir como esa agua que ha quedado retenida, en otros contenedores, como los árboles, que interceptan el agua, o que llega al suelo que infiltra el agua”, nos define brevemente Maite Echeverría.

Pero la actividad humana también modifica el agua y existe la denominada agua gris. “El agua gris es un agua alterada antrópicamente, por residuos industriales, químicos… Me hacen gracia todos estos colores porque yo procedo de un sitio donde bajaba un río, el Oria, que un día bajaba fucsia y otro turquesa o verde fosforito. Claro, la cuenca del Oria está tremendamente industrializada y azul o verde no bajaba nunca”, bromea Echeverría.

Incluso existe un agua arcoíris que es la que las plantas devuelven evaporada a la atmósfera. Se calcula que un 40% de las lluvias se convierten en este tipo de agua, sin que todavía se conozcan con profundidad hacia donde se mueven y cómo condicionan las lluvias posteriores.

La despoblación que nos resta caudales

Nos hemos creado ese primer mapa de colores del agua, pero ¿qué pinta la despoblación en el título de la charla? “En los años 60 se produce el éxodo rural y prosigue durante todo el siglo XX. Esas tierras que estaban cultivadas, tierras en muchos casos marginales o poco productivas, pero en cualquier caso cultivadas, o muchos pastos para ganado se ven abandonados. Porque la cabaña se estabula o disminuye y porque mucha gente se va a la ciudad. Entonces ¿qué pasa en esas tierras que se abandonan? Que empieza a crecer la vegetación”, nos cuenta Maite.

“Tenemos que intervenir en la naturaleza gestionando el monte para que nos de los servicios que queremos que nos dé, y los que no queremos que no nos los dé. Este asilvestramiento está implicando que tenemos menos agua en los ríos, un 20% menos en los últimos 25 años. ¿Eso nos interesa? Hay que gestionarlo”, nos asegura José Manuel Nicolau, de lo contrario, el monte y el bosque se convierten no solo en un consumidor de agua –el caudal de los ríos se ha reducido en mayor parte por el aumento de la masa forestal que por la reducción de lluvias–, sino en muy vulnerables de cara a afrontar un posible incendio. “El bosque es bueno pero hay que tenerlo en condiciones”, redunda Echeverría, quien advierte que las reforestaciones con monocultivos son auténtica dinamita de cara a responder a estos incendios.

Foto: Miguel Ángel Conejos (AraInfo).
Foto: Miguel Ángel Conejos (AraInfo).

Los problemas y beneficios de un medio abandonado

Así pues, el abandono de las zonas rurales ha generado que el estado de los montes y bosques no sea el adecuado de cara a mantener unos caudales en los ríos y a protegerse de los posibles incendios. O lo que es lo mismo aumentamos el porcentaje de agua verde, perdiendo en agua azul, a la vez que ponemos en peligro nuestros bosques y montes por tenerlos descuidados. ¿Pero qué solución tiene esto?

“Es difícil que la naturaleza, el medio agrario, el sector primario sea un motor económico importante, porque hoy en día requiere muy poco personal. Para producir alimentos se requiere muy poca gente porque está todo muy tecnificado. Es difícil que ese sector primario pueda ser un motor”, advierte Nicolau, sin embargo asegura que es necesario gestionar el monte. “Como dice la gente de los pueblos ‘el monte se está vistiendo’ de vegetación. Está aumentando la cobertura vegetal, la biomasa. Se está asilvestrando el monte y eso hay que gestionarlo, porque ese asilvestramiento del tiene efectos positivos pero otros negativos”.

De los negativos ya hemos hablado, incendios y reducción de caudales. Pero ¿y los positivos? “Hay un control de la erosión, se desarrolla el suelo, el agua es de mayor calidad, hay más diversidad asociada a los bosques…” nos enumera Nicolau, lo que nos lleva a pensar en que el escenario ideal sería el de equilibrio del que quizá antes disfrutaron los espacios naturales asociados al mundo rural. En la actualidad los grandes cultivos y la estabulación del ganado han cambiado el paradigma del sector primario y contribuido al abandono de montes, bosques y parcelas pequeñas de cultivo.

En la limpieza de los montes el ganado tiene una gran responsabilidad. “En el momento que el ramoneo desaparece en los bosques ese bosque pasa a ser un maremágnum de matorrales y se carga de combustible”, nos advierte Maite, asegurando que “el animal tendría que volver a la naturaleza, no solo por calidad, sino por las interrelaciones con el suelo, con la vegetación, con el abono natural…”.

Un tecnificado sector primario que provoca cambios naturales

En cuanto a los cultivos y el uso de la tierra Echeverría se muestra crítica con el modelo actual. “Tenemos un medio rural donde de forma tradicional el agricultor se siente mártir de las condiciones climáticas y económicas y es verdad que ha sido un trabajo muy duro siempre. Pero en ámbitos como la Comarca de Monegros, que ha tenido un descenso demográfico brutal y siempre ha estado al albur del cereal, han descubierto que cogen el móvil y ponen el campo en regadío mientras siguen en casa y además tienen dos cosechas al año ¿Hasta cuándo soporta un suelo frágil y poco desarrollado que le saques dos cosechas al año?”, se pregunta la profesora.

Pero de esto el capitalismo no entiende. De ahí que el agricultor y el ganadero actuales trabajen, uno para conseguir exprimir al máximo sus tierras, con dos y tres cosechas, y el otro por tener la mayor cantidad de ganado abaratando costes. Mientras, aquellas tierras menos accesibles y de parcelación más pequeña y aquellos procesos ganaderos tradicionales desaparecen casi por completo.

“Habría que ir a cuidar esa biodiversidad de nuevo y a introducir los rebaños”, asegura Maite. Pero no parece que entre regar decenas de hectáreas desde el sofá de casa y cultivar pequeñas parcelas haya quien vaya elegir lo segundo. O entre tener el ganado estabulado y pastorearlo decida salir al monte con su rebaño.

Hacia un pago por servicios ecosistémicos

Una solución sería primar, subvencionar si se quiere, aquellos trabajos agrícolas, ganaderos y forestales que trabajen por la regulación de los ecosistemas y volver a poner en valor la vida en las zonas rurales. Nicolau asegura que el medio rural está en plena crisis “y no solo económica, sino socioeconómica. Está en crisis identitaria, de autoestima, porque el medio urbano se lo come todo, es el que marca la pauta, el que tiene prestigio. El medio rural juega un papel secundario a ese nivel, sin embargo, esta sociedad debería de ser consciente de que el medio rural está proveyendo a la sociedad de una serie de servicios ecosistémicos, que son imprescindibles para el funcionamiento de la misma. El aire que respiramos, el agua que bebemos, el control de plagas, el control del clima… Una serie de servicios que dan los ecosistemas que no los valoramos pero que tienen un gran valor”.

Coincidimos pues en la posibilidad de ese pago y prosigue: “creo que habrá un pago por servicios ambientales”. Asegura que la PAC ya tiene una parte de pago por esto servicios, aunque es mínima e incide en que “tiene que haber una política ambiental en la Unión Europea más ambiciosa, valorando estos servicios ecosistémicos y pagando por ello, porque es algo de lo que se beneficia toda la sociedad. Otra cosa es que nuestro sistema económico no sea capaz de valorarlo, pero necesitamos el oxígeno que se produce aunque no paguemos por él”.

Sin duda unos pagos que habrán de empezar a barajar las administraciones si queremos mantener un medio rural vivo, seguro y equilibrado, potenciando que en el mundo rural se retomen unas labores de conservación de la naturaleza evidentemente necesarias.

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