La animalidad traicionada: el 'Informe para una academia' de Javier Arnas

De la mano del Programa de Residencias Artísticas del Teatro de la Estación, Javier Arnas ha presentado en Zaragoza el 'Informe para una academia' de Kafka los días 20, 21 y 22 de enero. Una reflexión sobrecogedora y tragicómica sobre la falacia de la libertad humana y las miserias de la civilización.

Foto: Julio Marín ©

Es bien sabido que Franz Kafka es uno de los narradores de mayor impacto en la historia literaria universal, pero no lo es tanto que realizó asimismo guiños al mundo teatral, el cual bebe también de su legado: escribió varios diálogos y esbozos dramáticos, se interesó por el teatro yidis, caracterizó a sus personajes con una gestualidad muy marcada y fue un modelo decisivo para los autores del teatro del absurdo, como Beckett o Ionesco. Algunas de sus obras se adaptan con cierta frecuencia para su representación escénica. Entre ellas, quizá sea la más recurrente 'Un informe para una academia', relato recogido en el libro 'Un médico rural' (1919), cuya forma de monólogo ha favorecido su puesta en escena. En España fue José Luis Gómez quien la protagonizó y dirigió de un modo impactante por primera vez en 1971, espectáculo que retomó pasadas las décadas con una versión de madurez, más intimista, en el año 2006, producida por el Teatro de la Abadía. El mismo año pudo el público presenciar la propuesta de la compañía aragonesa Teatro del Temple, con interpretación soberbia de Ricardo Joven, bajo el título ―extraído del texto de Kafka― 'Yo mono libre'. Transcurrido un decenio, el talento de nuestra tierra retoma el interés por un texto intemporal: en esta ocasión, debemos a Javier Arnas y al Teatro de la Estación la oportunidad de volver a contemplar nuestra imagen deformada en la figura risible de ese simio civilizado que ni siquiera busca la libertad, tan solo necesita una salida.

Para Kafka, la animalidad evidencia la nostalgia humana por una libertad natural perdida a la que no es posible regresar del todo, por lo que muchos de sus relatos muestran las grietas existentes entre la condición humana y el ámbito animal. El proceso de “devenir-animal” ―empleando el término de Deleuze y Guattari―, cuya máxima expresión es la metamorfosis en insecto sufrida por Gregor Samsa en 'La transformación', se invierte en 'Un informe para una academia': el simio Pedro el Rojo presenta a modo de conferencia ante un auditorio de académicos ―con los que se ve obligado a identificarse el público― su proceso de adiestramiento y humanización desde que fuera capturado en África hasta su vida en Hamburgo como artista de variedades. Javier Arnas actualiza el original para presentarnos al mono en la era digital: se trata de un simio civilizado a la manera posmoderna, con su politono y su wasap. El espectador tiene la oportunidad de ver al personaje antes de que comience su disertación, mientras coloca sus cosas y se dispone a ponerse el traje. Los consabidos avisos del inicio del espectáculo, emitidos a continuación, con alusión a la prohibición de grabar y al apagado de los teléfonos móviles, quedan así revestidos de un matiz kafkiano y, con ellos, la sociedad contemporánea. ¿Quién es el mono entonces, el que está a punto de reaparecer sobre el escenario o quienes están sentados en las butacas?

El monólogo de Kafka exige un trabajo actoral físico e intenso. Arnas, bien caracterizado, adapta con maestría sus posturas, movimientos y dicción al modo simiesco. Consigue transmitir toda la fuerza grotesca y tragicómica del animal que ha abandonado su auténtica naturaleza para sobrevivir, y lo hace por medio de su arte interpretativo, de una versión fiel al texto y de una escenografía sobria e inteligente: el atril del conferenciante se transforma en jaula al recordar Pedro el Rojo su presidio en la travesía hacia Europa y una planta artificial decorativa inspira al mono evocaciones de su pasado en libertad. La proyección final del desenlace de la película 'El planeta de los simios' ―no del todo necesaria― multiplica el juego de espejos y sirve a Arnas para introducir una lectura política del relato, ausente del original pero que este sin duda admite, especialmente teniendo en cuenta el nuevo contexto histórico en el que nos encontramos. Kafka se muestra, una vez más, tristemente vigente en su implacable disección de la condición humana. La función concluye, Pedro el Rojo se retira sin necesidad de ningún juicio humano, dejándonos a los espectadores, pobres monos civilizados, en nuestro mundo en destrucción, a cuestas con nuestra ridiculez y nuestra culpa.

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