Grecia y la cuerda que nadie quiere tensar

La reunión mantenida la noche del miércoles por el Eurogrupo, a la que también asistiera la directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde, y el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, ha conseguido análisis de todo tipo, que, en general, destacan la dificultad para llegar a un acuerdo.

Yanis Varoufakis.
Yanis Varoufakis.
Yanis Varoufakis

La reunión mantenida la noche del miércoles por el Eurogrupo, a la que también asistiera la directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde, y el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, ha conseguido análisis de todo tipo, que, en general, destacan la dificultad para llegar a un acuerdo.

El Ministro de Finanzas griego Yanis Varoufakis calificaba la reunión de “fascinante”. En el mismo sentido se manifestaba el presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, quien aseguraba que se habían hecho progresos, aunque no los suficientes. Unos progresos que deberán continuar el lunes, fecha para la que está emplazada una nueva reunión.

Lo cierto es que poco o nada debería haber de optimismo entre los actores de dicha reunión. El anterior desplante griego a la troika no pareció sentar mal en el Eurogrupo, que simuló sonreír a cámara, sin embargo, es obligado recordar que los países miembros de la Unión Europea (UE) son acreedores del país heleno. Sonreían solo a cámara. Por eso, la reunión del miércoles, pese a la tibia salida de sus participantes, era determinante para el futuro de Grecia en la zona euro.

Mientras, Syriza trata de aplicar sus políticas en Grecia, para lo que necesita una inversión adicional de 2.000 millones de euros, su gobierno tiene que hacer frente a una deuda pública que equivale al 175% de su PIB. Una cifra que resulta, en la práctica, impagable. El gobierno de Tsipras rechaza el 30% de las medidas del memorándum del rescate, pues son incompatibles con las medidas necesarias para afrontar la salida de la crisis humanitaria, que se deriva de la económica. Estas reuniones en Europa vienen acompañadas de manifestaciones por toda Grecia en apoyo al nuevo gobierno.

Alejada la palabra “quita” del lenguaje de Varoufakis, ¿qué propone el gobierno de Tsipras para aliviar la deuda? Más ingeniería económica. Grecia pretende sustituir las medidas rechazadas por diez nuevas reformas estructurales que Atenas pactaría con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), un nuevo actor tras el rechazo de la troika como interlocutor. Sin embargo, el rechazo a ese 30% del memorándum, apunta a la aceptación de un 70% del mismo.

Entre las medidas propuestas están: la emisión de deuda a corto plazo, una medida que no parece que pueda ser aceptada, pues ya fue rechazada por el BCE la semana pasada. La creación de unos bonos ligados al crecimiento económico, otra de las medidas que no parece que vaya a consensuarse. La rebaja en las exigencias de superávit del 3% al 1,5%, una medida que parece negociable. Además de varias demandas económicas que en poco o nada van a mejorar la situación macroeconómica griega en los próximos veinte años.

Durmiendo con el enemigo

El problema de Tsipras es que sus socios en la UE son sus cobradores, y eso es difícil de compaginar con su programa electoral. La aplicación de algunas de las medidas para el rescate social de Grecia, son incompatibles con el acceso a la financiación. Pocas son las salidas económicas para una deuda inasumible. En un escenario benévolo, y tras rechazar parte del memorándum, el pago de la deuda griega se alargaría más allá del año 2050.

Tratar de negociar la deuda parece una utopía difícilmente alcanzable, pues entre sus acreedores se encuentran algunos tan obcecados como el FMI o el gobierno alemán. Ambas instituciones están decididas a fracturar la UE con tal de cobrar sus deudas. Una posición que es compartida por alguno más de los “prestamistas”.

Este es el caso del Estado español que no ve con buenos ojos la negociación con el nuevo gobierno griego, y no es debido únicamente a los 26.000 millones que ha prestado a la causa helena. El ejecutivo de Rajoy teme que unas negociaciones que favorezcan al gobierno Syriza contribuyan a crear una atmosfera que favorezca a Podemos, partido ya de por sí fortalecido gracias a las encuestas.

Entre dos mundos

La responsabilidad del gobierno Syriza debe estar con sus votantes, ellos le han otorgado la confianza para gobernar un país hundido. Encomiables son los esfuerzos de Varoufakis por explicar la posición griega ante el Eurogrupo, pero no parece que los acuerdos a los que se pueda llegar de estas negociaciones beneficien a la sociedad que representa su ministerio.

El gobierno heleno se encuentra entre dos mundos. Por un lado, el país que le ha elegido,  con una crisis humanitaria que obedece en gran medida a la crisis económica neoliberal, el gran fraude fiscal y los recortes obligados por la troika. Medidas que han perjudicado con mayor intensidad a la clase trabajadora griega y el pequeño contribuyente, además de dejar el país al borde de la bancarrota. Una bancarrota que puede llegar el 28 de Febrero, día en el que finaliza el segundo tramo del rescate económico.

Por otro lado, Grecia es miembro de la UE, su balón de oxígeno y su soga al cuello al mismo tiempo. La reunión del lunes sin duda arrojará algo más de luz sobre su futuro en la zona euro, pero también sobre el compromiso real de Tsipras con sus votantes, ante unas encuestas que muestran un gran apoyo público tras su desprecio a la troika, la postura de Syriza ante el Eurogrupo poco puede cambiar, de lo contrario perdería parte del apoyo recibido. Sin embargo, de no ceder en sus condiciones, el crédito puede esfumarse, y sin liquidez, Grecia no podrá hacer frente a sus pagos, en el corto plazo de quince días.

Rebajar la posición inicial en la negociación con el Eurogrupo simbolizaría una pequeña traición a quienes les han dado su confianza en las urnas. No ceder en sus postulados puede cerrar el grifo para siempre, y lanzar al precipicio de la quiebra a Grecia. Una quiebra que conllevaría retrasos e impagos hacia los acreedores, además de agravar la crisis humanitaria.

Una cuerda que nadie quiere tensar.

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