Georges Ward llenará las salas del Palacio Montemuzo, de color, de vida, de naturaleza, como sólo un maestro del pincel y el lápiz pueden hacer. Con la calidad del que tiene un don y con la sencillez del que retrata lo existente, llenándolo de magia, de sentido onírico, pero con los pies en la tierra de este planeta.
De padre libanés y madre española, Ward comienza los estudios artísticos de dibujo y pintura a muy temprana edad. Su fuente de inspiración se origina principalmente en la mitología y la naturaleza, donde la entomología juega un importante papel.
Desde muy joven se muestra profundamente influido por el arte del próximo oriente, debido a sus numerosos viajes a esas tierras, sobre todo por la estancia de un año en Siria.
Tras culminar sus estudios en la Escuela de Artes de Zaragoza, su afán de investigación le lleva a profundizar en numerosas corrientes pictóricas, como el realismo o el surrealismo. Asimismo, su obra se verá influenciada sucesivamente por el conocimiento de los prerrafaelitas ingleses, los simbolistas franceses o por la fascinación que le produce el políptico La adoración del Cordero Místico, de Jan van Eick.
La pintura de Georges Ward nos adentra en un mundo irreal que roza el hiperrealismo. Flores, insectos, árboles, aves... saltan del lienzo a nuestras retinas, quien sabe si impulsados por un desmesurado uso del color, o por la vitalización que les otorgan unos trazos precisos, cercanos al naturalismo.
Lo que resulta evidente es que la pintura de Ward no deja indiferente, te sumerge en un mundo onírico usando únicamente elementos naturales, provocando la sensación de estar viajando a lugares viajes de ensueño, en cada una de las piezas expuestas.