Oscuridad, un silencio de sueño invade la habitación de una Escuela infantil donde los más pequeños, los bebés, duermen la siesta. ¿Cuántos hay? No lo sabemos, pero seguro que unos cuantos. ¡Hay siete! Ahora bien, de momento, todos duermen. Se abre la puerta y alguien entra. ¿Quién será? La Señorita? No…
Es un electricista que viene a reponer una bombilla de una lámpara que se ha fundido. Le suena el teléfono. Ah, su compañero le espera para el almuerzo… Bah, unos minutos y estará con él. Cambia la bombilla, pero al encender la luz para comprobar que ya funciona, se da cuenta de dónde está realmente.
Ahora sí, sin hacer ruido intentará retroceder, salir despacio, cerrar la puerta y que ninguno se despierte. Pero ya es demasiado tarde. Alguno empieza a llorar, su llanto despierta a otro y a otro y otro… ¿Qué ha de hacer? ¿Largarse?... No se atreve, no puede dejarlos así llorando. Suena el teléfono de nuevo, con los nervios provocados por la situación, se le cae de las manos y lo pierde en la oscuridad.
Parece que ahora ya lloran todos. Tras unos momentos de pánico y de total desconcierto, consigue restablecer la calma poco a poco: los mecerá, acariciará y los tranquilizará, descubriendo estrategias y aptitudes frente a los más pequeños que ni él mismo había imaginado poseer. Los llantos se convertirán en risas. Removerá las cunas de aquí para allá como si fueran coches a gran velocidad, atravesando túneles bajo las altas montañas y se esconderá de los fantasmas que tratan de asustarles. Bailará el vals, cantará a la luna y soñarán que biberones y pañales flotan por el espacio. Explicará historias de cocodrilos que babean, de hermanos mayores… Volverá a jugar y reencontrará el niño que llevaba adentro y que le permitirá sentirse muy próximo a estos seres que creía tan distantes.