El pesimismo y los medios de comunicación

Abrir un medio de comunicación es desde hace meses más parecido a hacerse un harakiri que al simple ejercicio de intentar informarse sobre la situación actual. La profusión de noticias negativas, favorecidas sin duda por la cultura del miedo que desde esos mismos medios se han encargado de inocularnos, nos tiene paralizados, acogotados y en estado shock. Leer la prensa escrita, llena de predicciones negativas y amenazas de quiebra del sistema predispone a quienes aún leemos diarios a abominar del mensajero y a conjurarnos para no volver a hacer ese gesto tan repetido y mecánico, pero no por ello menos …

Abrir un medio de comunicación es desde hace meses más parecido a hacerse un harakiri que al simple ejercicio de intentar informarse sobre la situación actual. La profusión de noticias negativas, favorecidas sin duda por la cultura del miedo que desde esos mismos medios se han encargado de inocularnos, nos tiene paralizados, acogotados y en estado shock. Leer la prensa escrita, llena de predicciones negativas y amenazas de quiebra del sistema predispone a quienes aún leemos diarios a abominar del mensajero y a conjurarnos para no volver a hacer ese gesto tan repetido y mecánico, pero no por ello menos apreciado, de intentar saber que pasa.

Lo mismo sucede con otros medios como la tele, la radio o aquellos que desde Internet nos informan en tiempo real de los vaivenes económicos o de las últimas decisiones que gobernantes y poderosos toman sobre nosotros, nuestros trabajos y nuestras vidas. Es una relación de amor odio, no podemos pasar sin informarnos pero al mismo tiempo mataríamos al mensajero que nos trae el mensaje sobre las incertidumbres y los males que nos asolan.

Desde hace ya mucho tiempo informarse sobre la crisis actual, la situación económica o el devenir del gobierno de turno es permitir que te acojonen todas las mañanas con titulares escandalosos y pesimistas. Una los escucha, los ve u ojea mientras se toma el primera café y ya convenientemente cabreada, marcha al trabajo con la congoja de no saber si en el curro no habrá dispuesto la dirección un ERE; seguirá habiendo aún una mesa de trabajo a la que sentarse o la carta del despido ya habrá sido puesta en el correo.

Esos mensajeros de la angustia y la desesperación, muy a mi pesar, forman parte de mi vida. Manejan mis sentimientos, mi miedo y mis decisiones.  Su exceso de pesimismo, convenientemente dosificado para llevarnos al camino de la mansedumbre y la aceptación de las medidas sociales y económicas más drásticas y aniquiladoras, no permite esperanzas, ya que nos han hecho creer que estamos no al borde del precipicio sino cayendo al vacío y a toda velocidad.

Es la crisis con mayúsculas, y los medios hacen su agosto con ella.  Con sus pesimistas noticias intentan inocular  en quienes los leemos, escuchamos o vemos el pavor más absoluto. A veces lo consiguen, pues es muy difícil sustraerse a esa alarma que intenta paralizarnos.

Abusan de la negatividad pues vende más que el optimismo. Se distorsionan las noticias, se anticipan negros futuros como si el mundo fuera a acabarse de un momento a otro. Se regodean en las desgracias propias y ajenas, situándose/situándonos en el peor de los escenarios posibles. Están secuestrando nuestro presente, y haciéndonos creer que no habrá futuro. Consiguen que nos dejemos llevar al matadero en el que inmolar nuestros derechos y libertades. ¿Porque seguimos haciendo caso de sus predicciones?.

Lo dije al principio, nos hacemos el harakiri todos los días, no escarmentamos. Será tal vez que en nosotros anida un masoquista redomado. Sino no se explica que seamos capaces de leer, ver y escuchar todos los días noticias tan angustiosas y volver a por una nueva ración al día siguiente.

Maribel Martínez | Para AraInfo

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