El Monte Gurugú

Mientras releo a Gloria Anzaldúa, su Borderlands/La Frontera, en torno a mil personas son dispersadas por el ejército marroquí conforme se aproximan a la valla de Melilla, esa misma que el Estado español está sembrando, de nuevo, de cuchillas. "Hunters in army-green uniforms stalk and track these economic refugees by the powerful nightvision of electronic sensing devices…". Cazadores con uniformes militares verdes: el horror gusta de vestir semejante cuando es semejante la tarea. Anzaldúa, siguiendo la tradición del movimiento nacionalista chicano y su poesía épica, dejó las bases para una teoría de la subjetividad de la frontera: "Este es mi hogar …

Foto: eldiario.es
Foto: eldiario.es

Mientras releo a Gloria Anzaldúa, su Borderlands/La Frontera, en torno a mil personas son dispersadas por el ejército marroquí conforme se aproximan a la valla de Melilla, esa misma que el Estado español está sembrando, de nuevo, de cuchillas. "Hunters in army-green uniforms stalk and track these economic refugees by the powerful nightvision of electronic sensing devices…". Cazadores con uniformes militares verdes: el horror gusta de vestir semejante cuando es semejante la tarea. Anzaldúa, siguiendo la tradición del movimiento nacionalista chicano y su poesía épica, dejó las bases para una teoría de la subjetividad de la frontera: "Este es mi hogar / este fino filo de / alambre de espino". La frontera no es uno de esos espacios de tránsito que Augé denominase no lugares. No, al menos, para todo el mundo. Sólo algunos atraviesan los mal llamados espacios de tránsito. Otros, los más, son, más bien, atravesados por ellos, encerrados en el no lugar de una existencia diferida, colocada, indefinidamente, en posición de espera. Para muchos y muchas las fronteras no son tanto espacios que traspasar cuanto espacios que los atraviesan y en los que habitan:

«staking down the length of my body,                                                                                                                                                                    staking fence rods in my flesh,                                                                                                                                                                    splits me           splits me                                                                                                                                                                                          me raja           me raja».

En un texto ya clásico, Étienne Balibar aludía al carácter polisémico de la frontera. No significa lo mismo la frontera para los de un lado que para los del otro. Nada tiene que ver dependiendo de si quien la enfrenta es un hombre de negocios o una mujer de un país pobre, si se trata de un académico blanco o de un trabajador negro. En el límite, dirá Balibar, son dos fronteras distintas que no comparten más que el nombre. Hasta el punto de que, de algún modo, la frontera vendría a caracterizarse precisamente por eso: por funcionar como mecanismo a través del cual segmentar las poblaciones según criterios de clase, de raza, de origen, sexo o sexualidad. Por ser uno de los dispositivos, en definitiva, mediante los cuales producir tales divisiones, las de los cuerpos separados y las identidades definidas. De ahí que la frontera no se encuentre limitada al lugar físico, geográfico que le asignamos habitualmente, sino que se extienda por todo el territorio bajo la forma de dispositivos y políticas de control y reinscripción de las poblaciones. Las leyes de inmigración, los controles policiales racistas, los Centros de Internamientos para Extranjeros (CIEs), las políticas de repatriación, etc., son extensiones de esa lógica de la frontera que abarca todo el territorio y atraviesa de principio a fin las biografías. Al igual que lo son la educación y las leyes machistas o las reformas laborales que refuerzan el dominio de clase. Fronteras, como cuchillas que rajan a las gentes. Para los muchos, la frontera, como dice Balibar, "c’est une zone spatio-temporelle extraordinairement visqueuse, presque un lieu de vie ―une vie qui est une attente de vivre, une non vie".

El antropólogo Pierre Clastres, en un artículo sobre la tortura en las sociedades primitivas, al abordar los procesos de inscripción sobre el cuerpo que se desarrollan en los rituales de paso ―esa frontera que el niño ha de recorrer para devenir adulto―, recordaba que "la marca es un obstáculo para el olvido, el cuerpo mismo lleva impresas las huellas del recuerdo, el cuerpo es una memoria". Las cuchillas dejarán una inscripción indeleble sobre los cuerpos de quienes atraviesen la valla, marcados para siempre como sujetos de la frontera. Las cicatrices les dirán quién son: los nuevos bárbaros del imperio, extranjeros en cualquier parte, habitantes de una tierra de nadie, del intersticio. Yo, que nada espero de "España", cuna de colonizadores embrutecidos, mucho menos de Europa, cuya mayor lección no ha sido otra que el exterminio, oteo con la mirada ilusionada la llegada de los bárbaros que acampados en esa informal zona de retención que es el Monte Gurugú se preparan a saltar la valla. Continúo leyendo a Anzaldúa y una pregunta me asalta: ¿acaso no es justo a esto a lo que llamamos transfeminismo, a este saltar, a ese afirmarse en y contra las fronteras?

Pablo Lópiz Cantó | Publicado en Revista Turba | Para AraInfo

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Bibliografía:

Anzaldúa, G., Borderlands/La Frontera. The New Mestiza, San Francisco, Aunt Lute Books, 1999.

Augé, M., Los no lugares. Espacios del anonimato, Barcelona, Gedisa, 2000.

Balibar, É., “Qu’est-ce qu’une ‘frontière’?”, en M-C Caloz-Tschopp et P. Dasen (dir.), Mondialisation, migration et droits de l’homme: un nouveau paradigme pour la recherche et la citoyenneté, Bruxelles, Bruylant, 2007.

Clastres, P., “De la tortura en las sociedades primitivas”, en La sociedad contra el estado, Barcelona, Virus, 2010.

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