El fuego, de aliado a enemigo

¿Qué ha cambiado para que percibamos el fuego como un enemigo cuando siempre fue un aliado? No sólo ha cambiado nuestra relación, tanto nosotros como el fuego hemos cambiado sustancialmente en las últimas décadas. La Europa mediterránea goza de un hermoso paisaje, pero no es natural. Ha estado moldeado por el hombre desde hace muchos siglos. Nuestros antepasados forjaron un entorno que les permitía autoabastecerse y en el que, además, los incendios quedaban controlados principalmente por dos causas: (a) la fragmentación del paisaje dificultaba la propagación de los incendios porque el fuego se encontraba con obstáculos antes de que las …

Qué ha cambiado para que percibamos el fuego como un enemigo cuando siempre fue un aliado? No sólo ha cambiado nuestra relación, tanto nosotros como el fuego hemos cambiado sustancialmente en las últimas décadas.

La Europa mediterránea goza de un hermoso paisaje, pero no es natural. Ha estado moldeado por el hombre desde hace muchos siglos. Nuestros antepasados forjaron un entorno que les permitía autoabastecerse y en el que, además, los incendios quedaban controlados principalmente por dos causas: (a) la fragmentación del paisaje dificultaba la propagación de los incendios porque el fuego se encontraba con obstáculos antes de que las hectáreas quemadas fueran desproporcionadas (Figura 1), (b) la elevada presión demográfica sobre el medio también mantenía los bosques más limpios, puesto que el ganado pacía en ellos y la madera se utilizaba para múltiples usos.

De esta forma los incendios que se producían solían ser de superficie, de poca intensidad y con una fácil regeneración vegetal. Evitando así, los devastadores e intensos incendios de copa que son prácticamente incontrolables.

Figura 1: Isla agrícola (paisaje fragmentado) dentro de una zona forestal afectada por el incendio de Cortes de Pallás/Dos Aguas (Valencia, junio/julio, 2012; foto: JG Pausas).

Con el abandono del medio rural en las décadas de 1960-1970 el típico paisaje mediterráneo comenzó a cambiar drásticamente, porque para su mantenimiento era necesaria una elevada cantidad de influencia humana. Así, el fuego, aquel gran aliado que, por ejemplo, hace mil años ayudara a los habitantes del Pirineo a transformar sus bosques más elevados en fértiles pastos estivales (Montserrat-Martí, 1992) comenzó a convertirse en un grave problema en toda la Europa mediterránea.

En apenas diez años la superficie quemada en España se multiplicó por más de tres, pasando de 47.800 ha de media en la década de 1960 a 153.900 ha para la siguiente década. En los ochenta la superficie quemada anualmente fue cinco veces superior a la de los años sesenta (MAGRAMA, 2011). Figura 2. A finales de la década de los noventa la administración, influida por el conjunto de la sociedad, tomó conciencia del problema al que se enfrentaba -no sólo ambiental, también social- y destinó cuantiosos fondos para la extinción de incendios.

Desde entonces España mantiene uno de los mejores contingentes del planeta en extinción de incendios. La respuesta es prácticamente inmediata cuando se produce el fuego, de esta forma en Aragón se consiguen quedar en meros conatos (menos de 1 ha quemada) casi el 80% de los fuegos (DGA, 2011) y tan solo el 5% sobrepasa las 5 ha quemadas (DGA, 2012). Ahora bien, ¿por qué no se llega al 100%?

Figura 2. Evolución de la superficie quemada y de la población rural en España. Los mayores valores de hectáreas quemadas se corresponden con la disminución de la población rural. Elaboración propia a partir de: (a) superficie quemada (MAGRAMA, 2011); (b) población rural en España, datos de los Censos de Población y Viviendas (INE, 1960, 1970, 1981, 1991, 2001). Censo de 2011 a la espera de publicación. Nota: en 1960 y 1970 se entiende población rural la que reside en áreas rurales. En los siguientes, el término “población rural” es independientemente del tamaño de la población.

Algunos incendios controlables se complican por las urbanizaciones que han sido construidas en zonas altamente inflamables, especialmente en el litoral mediterráneo. Evidentemente, esto obliga a las cuadrillas de extinción a salvaguardar esos lugares (en donde hay vidas humanas en juego) por encima de cualquier otro, dificultando el control del incendio. Otros incendios son sencillamente incontrolables, son algunos incendios de copa producidos los días de más de 30ºC, menos del 30% de humedad y con un viento de más de 30 km/hora. Son estos últimos incendios los que parecen insinuarnos que hemos tocado el límite en cuanto a la posible extinción con los medios actuales.

Las barreras paisajísticas, que permanecieron hasta nuestros abuelos y que dificultaron la formación de los intensos incendios de copa, en la actualidad están en un patente retroceso que produce un cambio en el régimen de incendios (Keeley et al, 2012). Este cambio en el régimen de incendios llevará a un entorno diferente, que como tantos ecosistemas se estabilizará. Ahora bien, hasta la estabilización se vivirán episodios traumáticos que de no hacer nada afectarán irremediablemente a los bosques y también pueden ocasionar cuantiosos daños materiales y humanos.

Como se ha explicado, la presión sobre el medio ha tenido una influencia positiva en el control de los incendios. Hoy en día esa presión no se puede ejercer porque el medio rural está despoblado y además el impacto de esas personas es escaso. No obstante, cada vez más ciudadanos consideran que nuestro entorno es importante, se valora positivamente el disponer de agua limpia y de aire puro, también son conscientes del valor de la biodiversidad. Estos factores influyen de manera positiva en la salud de la población y su demanda va en aumento. Se demanda la existencia de un sistema público de salud, educación, suministro de agua y cualquier otro bien o servicio de primera necesidad. ¿No es acaso el entorno, y por tanto también el bosque, un bien de primera necesidad?

Indudablemente, las medidas a aplicar para mantener el mismo régimen de incendios que se mantuvo durante siglos suponen un importante desembolso monetario. Ahora bien, también la sanidad lo supone y nadie que anteponga el bien común se plantea su necesidad. Precisamente en el medio rural ese desembolso permitiría crear numerosos puestos de trabajo y fijar población. Contribuyendo además al mantenimiento ambiental y al ahorro de parte de las considerables partidas presupuestarias destinadas a extinción y a actuaciones postincendio (Figura 3).

Figura 3: Medidas de restauración postincendio (fajinas) en las proximidades del campo de tiro de San Gregorio (Zaragoza, Aragón). Incendio producido en el verano de 2009.

Las soluciones para implementar en mayor o menor medida un uso del territorio similar al de nuestros antepasados son numerosas. Existen fórmulas intermedias que la Unión Europea utiliza por ejemplo con la agricultura, deficitaria en su mayoría pero altamente subvencionada como pilar importante de la seguridad alimentaria. No obstante, hay decenas de medidas que nos acercarían al sistema pretérito sin tan apenas coste económico. Por citar algunas de ellas:

  • Facilitar la presencia de herbívoros en los bosques, disminuirían el combustible.
  • Subvenciones para limpiar y mantener en un estado adecuado (escaso combustible) las zonas más próximas a los pueblos.
  • Facilitar la explotación maderera de los bosques a los habitantes del lugar, estableciendo un pliego de condiciones en el que se establezca la cantidad máxima a sacar por año y las características de la madera extraída. En general interesa que sean ramas secundarias y de las partes más bajas.
  • Enfocar la condicionalidad de la PAC hacia estos objetivos.
  • Delimitar detalladamente zonas en las que por la amenaza del fuego no es posible construir (Pausas, 2012), al igual que ocurre con zonas inundables, volcanes, etc.
  • Disminuir la población urbana que vive en zonas inflamables, generalmente en urbanizaciones y chalets de la costa mediterránea que suelen ser focos de ignición y puntos críticos durante el incendio (Pausas, 2012).

Debemos asumir que en nuestro entorno siempre habrá incendios. Por ello, nuestro uso del territorio ha de estar condicionado bajo esta premisa, conociendo los lugares más vulnerables y disminuyendo el número de ellos. Así, quizás, volvamos a ver el fuego como nuestro aliado y dejemos de verlo como un enemigo, que ya tenemos muchos.

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[Javier Martínez Aznar es miembro de Radio Pirineo de Uesca]

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Bibliografía:

  • Diputación General de Aragón (DGA), Dirección General de Gestión Forestal. 2011. Estadística de incendios forestales en Aragón. Año 2011. Zaragoza.
  • Diputación General de Aragón (DGA), Dirección General de Gestión Forestal. 2012. Datos provisionales estadística de incendios 2012 -Aragón-. Zaragoza.
  • Instituto Nacional de Estadística (INE). 1960. Censo de Población de 1960. Madrid.
  • Instituto Nacional de Estadística (INE). 1970. Censo de Población de 1970. Madrid.
  • Instituto Nacional de Estadística (INE). 1981. Censo de Población de 1981. Madrid.
  • Instituto Nacional de Estadística (INE). 1991. Censo de Población y Viviendas de 1991. Madrid.
  • Instituto Nacional de Estadística (INE). 2001. Censo de Población y Viviendas de 1991. Madrid.
  • Keeley, J. E., Bond, W. J., Bradstock, R. A., Pausas, J. G., Rundel, P. W. 2012. Fire in Mediterranean ecosystems. Ecology, evolution and management. Cambridge University Press, New York.
  • Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente (MAGRAMA). 2011. Anuario de estadística 2011. Serie histórica del número de siniestros, superficies afectadas. Madrid.
  • Montserrat-Martí, J.M. 1992. Evolución glaciar y postglaciar del clima y la vegetación en la vertiente sur del Pirineo: estudio palinológico. Monografías del Instituto Pirenaico de Ecología (CSIC), núm. 6. 151 pp. Jaca (Huesca).
  • Pausas, J.G. 2012. Incendios Forestales, una introducción a la ecología del fuego. Ed. Catarata y CSIC.

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