El agua que no se tiene. Un nuevo vistazo a la política hidráulica

El largo período de sequía sigue en toda la Península Ibérica, de hecho llevamos un quinquenio especialmente nefasto. Se ha hecho más patente tras los incendios en Galicia, pero las alarmas por la sequía no se han atenuado y llevan camino de mantenerse hasta el invierno incluso. Al tiempo que las alarmas también sigue una gestión del agua como la del Estado español: irracional, basada en cifras de obtención y consumo de agua falsas y en un modelo desarrollista de hace décadas completamente obsoleto y que forma parte del problema, más que de la solución. Me explico. En España, por …

Emblase de Entrepeñas. Foto: JM Marshall

El largo período de sequía sigue en toda la Península Ibérica, de hecho llevamos un quinquenio especialmente nefasto. Se ha hecho más patente tras los incendios en Galicia, pero las alarmas por la sequía no se han atenuado y llevan camino de mantenerse hasta el invierno incluso.

Al tiempo que las alarmas también sigue una gestión del agua como la del Estado español: irracional, basada en cifras de obtención y consumo de agua falsas y en un modelo desarrollista de hace décadas completamente obsoleto y que forma parte del problema, más que de la solución.

Me explico. En España, por una circunstancias u otras, el tema de la política hidráulica está siempre en el candelero. Una política que va de política, en efecto, pero muy pocas veces de lógica y, menos aún, de razón científica y sí de mucha demagogia y de vender un agua que no se tiene. Abundan los enfrentamientos territoriales, se hace mucho análisis económico y siempre se pone en último lugar el coste ambiental.

Si dicen que para muestra vale un botón me pongo a mirar lo más cercano y luego otros puntos de la península y a los proyectos que se pretenden colar como panacea. Echo un vistazo al Plan Hidrológico Nacional o el Pacto del Agua de Aragón y me encuentro con una forma de gestionar el agua decimonónica, basada en grandes obras, muy lesivas para el medio ambiente, y en unos costes astronómicos que van a cuenta del erario.

Empecemos por los datos sesgados. Cuando hablo de que se vende un agua que no se tiene pueden servir de ejemplos algunos de los proyectos estrella aragoneses como el pantano de Biscarrués que se basan en un agua que no existe. En el caso de este pantano hacen una media de caudales del río Gállego y los toman desde 1944. Así, a lo bruto, sin tener en cuenta las diferentes regulaciones que ha presentado el río, ni el descenso de caudal, ni los cambios demográficos.

Dejando al margen la atrocidad ecológica que es el mismo y que destrozaría la economía de toda la comarca, tampoco lo deben tener muy claro sus propios promotores que empezaron por una idea de hasta 600 Hm3 en el Franquismo inundando cuatro pueblos. El pantano se ha ido reduciendo desde su proyecto original hasta los actuales entre 35-51 Hm3 y aún así la Audiencia Nacional ha tumbado el proyecto porque no hay por donde cogerlo.

Pero no me quedaré en Aragón, puedo ir a la Rioja y el proyecto de la presa de Enciso en el Cidacos. Se plantea una capacidad de almacenamiento de 47Hm3. Bueno, pero resulta que por el río pasa una media de 58Hm3 al año y este año será inferior incluso del agua necesaria para llenar el pantano ¿Que caudal dejamos para no convertir el río en un cauce seco? Tampoco es una cuenta tan complicada, digo yo, sin embargo las obras de la presa ya están muy avanzadas y se esperan concluir en 2018.

Como no existe el caudal de agua en que se basa uno de los proyectos más estrambóticos imaginables que cada equis tiempo vuelve a la palestra: el trasvase del Ebro.

Creo que llevo toda la vida escuchando hablar del eventual trasvase, una idea que toma fuerza en tiempos de sequía y que, básicamente, sería un canal de cientos de kms que tomaría agua del Ebro para llevarla a Levante y aún a Murcia. Aparejado al trasvase además habría que acometer, se supone, nuevas obras de regulación de un río como el Ebro que tiene represado ya su caudal por todas partes, hasta en los afluentes más exiguos.

Y toda la obra se basa en un caudal del río de hasta 17.000Hm3/año cuando el río lleva 15 años con un caudal medio que no llega los 9000 y que en 2016 apenas llegó a 8000. Todo esto con subidas y bajadas del caudal y fortísimos estiajes.

Parece que algo no hemos entendido: los ríos de la península Ibérica son estacionales. Así pues la típica estampa del Ebro en Zaragoza con el Pilar al fondo es una lámina de agua que perfectamente se puede vadear a pie varios meses al año y ahora mismo en muchos tramos es poco más que un cenagal ¿Pasa la solución a las carencias hídricas de una zona por exprimir otra como un limón? Eso sin tener en cuenta que los contaminantes son básicamente los mismos, lo que nos lleva a convertir los cursos fluviales en una sopa de contaminación. A propósito de ello, cualquier análisis del agua que desemboca en los deltas ibéricos pone los pelos de punta.

Porque hablar de contaminación es otro asunto para dar que pensar sobre, por ejemplo, cómo se gestiona el uso de biocidas y abonos artificiales y que están afectando incluso los acuíferos. Este tema daría para muchos artículos y no entraré en él, pero la panacea agrícola que se vendió con la llamada revolución verde hace 40 años ahora se encuentra con su efecto rebote.

Volviendo a los trasvases parece que a lo que se aspira es a repetir el caduco modelo del trasvase Tajo-Segura. Esta obra nunca ha llegado a trasvasar más del 30% de lo previsto en el proyecto y ha terminado convirtiendo el Tajo en un cauce casi seco a tramos. Parece que hay quien no se ha dado cuenta que lo que era una obra dudosa en 1979, basada en un proyecto de 1966, ahora mismo es una reliquia de otro tiempo. Un proyecto caduco que ni garantiza el suministro de agua ni el caudal ecológico.

Lo del Tajo-Segura es puro sinsentido si tenemos en cuenta que se ha seguido trasvasando agua de Entrepeñas y Buendía con estos embalses al 15% y aún menos de capacidad, en estos momentos menos del 10%. Eso no es planificación de ningún tipo, es un suicidio ecológico, pura huida hacia adelante para llenar una cuenca moribunda y sobreexplotada como es la del Segura, un río totalmente sobreexplotado para lo que se usa el eufemismo de alto aprovechamiento hidrológico.

Pero es que de proyectos obsoletos e irracionales está llena la península. Incluso los que se venden como proyectos estrella, caso del recrecimiento del pantano de Yesa. Con los datos en la mano todo debería ir bien. Pero, claro, hablamos de un recrecimiento que se pensó con cálculos de los 80. Desde entonces ha pasado de todo: urbanizaciones desalojadas, corrimientos de tierras y un presupuesto que multiplica por 5 al inicial y aún así las obras siguen adelante.

Aunque la presa se termine ejecutando su coste será astronómico y plantea otra de las dudas de la política hidráulica española ¿Que precio tiene este agua? Porque se sigue planificando como en pleno Franquismo, mediante la idea de gran obra pasando por encima de factores que se ignoraban en otro tiempo, como la sismicidad inducida por la presión que generan miles de toneladas de agua actuando sobre terrenos inestables. Prevenir este y otros fenómenos como la colmatación encarece las obras hasta lo indecible.

Cuando Franco se resucitaron planes de los años 30, cuando se construyó la presa zamorana de Ricobayo por ejemplo, y se ejecutaron obras que entonces se contaban entre las más grandes del mundo con costes que serían inasumibles y empleando mano de obra de presos, entre otras lindezas. Pero a fecha de hoy se sabe que un mayor volumen de agua embalsada no garantiza un mejor abastecimiento y es una mejor alternativa la construcción, por ejemplo, de balsas laterales en los ríos: mucho más económicas y menos lesivas.

Y tampoco todo pasa por la desalación de agua marina, sino, por ejemplo, por una planificación agrícola que no produzca excedentes que van a la basura por la política de mantenimiento de precios (40.000 Tm de fruta se tirarán este año en Aragón y Cataluña). Como no tiene sentido producir cereal en regadío, un cultivo de escaso valor añadido y, al mismo tiempo, importar la mayor parte de las legumbres que nos comemos.

También pasan las cosas por tomarse en serio el turismo masivo y su impacto. En 2016 visitaron España 75 millones de turistas. En algunas localidades los turistas triplican de lejos la población local y es mucha gente consumiendo agua, por más que este consumo no sea tan grande como el agua que se usa en agricultura.

Termino. Todo esto merece una revisión que de la vuelta como un calcetín a despropósitos como el Plan Hidrológico Nacional, un plan decimonónico, un puro esperpento de lo que debe ser una planificación seria. También pasa por una información veraz, basada en argumentos científicos y no en demagogia que promete un agua que no se tiene.

No vender la idea de que cultivar más genera más desarrollo (maldita palabra tramposa), cuando lo que genera es más latifundio. Ni que más turismo equivale a más riqueza cuando genera una presión ambiental insostenible. A la larga ganaremos todos.

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