El 16 de marzo, el dinosaurio todavía estaba allí

Bruselas celebra por lo grande una victoria pírrica contra el neofascismo. El PVV del ultraderechista Geert Wilders no consigue alcanzar la primera posición en las elecciones de los Países Bajos, pero seguirá gobernando la derecha neoliberal mientras las opciones de izquierdas se hunden.

Geert Wilders en un acto de Pegida, organización xenófoba alemana. Foto: Metropolico.org (CC BY-SA 2.0)

Los diarios mayoritarios del Estado español abrían sus portadas del 16 de marzo exultantes: "La victoria de los liberales en Holanda da alas a Europa", "Europa frena el auge del populismo xenófobo", "Holanda se moviliza y frena el ascenso del populista Wilders", "La reacción popular frena el populismo". Resultaría difícil distinguir a qué diario corresponde cada uno de los titulares.

Los líderes europeos también se congratulaban por la derrotada de la ultraderecha neerlandesa. Juncker, Merkel, Rajoy o Hollande felicitaban a Mark Rutte, el líder de la formación más votada, el VVD (Partido Popular por la Libertad y la Democracia), y afirmaban respirar con tranquilidad tras ver que el euroescéptico Wilders no era primera fuerza.

Las menciones al descalabro electoral de la teórica izquierda neerlandesa, representada por el PvdA (Partido del Trabajo), eran nulas o casi nulas. El partido encabezado por Lodewijk Asscher pasaba de 29 escaños obtenidos en 2012 a los 9 alcanzados en las elecciones de Marzo. Por su parte el Partido Socialista resultaba la primera fuerza de la izquierda con 14 escaños y la cuarta en el cómputo global del parlamento. Le seguía la izquierda verde con los mismos representantes en la cámara baja de los Estados Generales de los Países Bajos.

En lo que se refiere al PVV (Partido por la Libertad) de Geert Wilders obtenía 20 escaños. 5 más que en los anteriores comicios, pero 4 menos que en las elecciones de 2010. El ultraderechista que había creado el partido en 2006 tras abandonar el VVD en 2004 como protesta por la posibilidad de que Turquía pasara a formar parte de la UE, declaraba que su formación, pese a no ser la primera fuerza del arco parlamentario, había resultado ganadora.

El 15 de marzo Europa estaba en vilo. Las elecciones de los Países Bajos nunca habían tenido tanta audiencia. El motivo, la posible victoria de Wilders y su prometido referéndum para abandonar el Viejo Continente. El ascenso del llamado populismo xenófobo (en realidad ultraderecha racista) ya se había cobrado victorias más que significativas en Estados Unidos y con el Brexit, y los Países Bajos podían ser la gota que colmara el vaso; la gota que demuestra que el neofascismo es una tendencia, un movimiento político.

La pesadilla de la ultraderecha en Europa no ha terminado

Los resultados electorales señalan que para apostar nunca hay que confiar en periodistas (o será mejor decir medios mayoritarios). Sin embargo, la composición del parlamento neerlandés actual, en ningún caso indica que la pesadilla de la ultraderecha en Europa haya terminado; es más, pese a la atención mediática suscitada por los comicios, los cifras de escaños no se diferencian mucho de las registradas en años anteriores. Es decir, el triunfo de la ultraderecha lleva años gestándose.

Si repasamos los resultados electorales de los Países Bajos a partir de 1994 descubrimos una tendencia clara. Desde que Wim Kok del PvdA dejará de ser presidente en 2002, la derecha ha gobernado el país. De ese año a 2006 gobernaron los democristianos y de 2006 a la actualidad lo han hecho los liberales del VVD. El fenómeno más destacado de casi 20 años de política neerlandesa es por lo tanto, la ausencia del Partido del Trabajo en concreto y de la izquierda en general en el poder. Dicen que si el poder desgasta, más lo hace la ausencia de éste. Cierta izquierda europea mayoritaria está siendo espoleada de los parlamentos del continente desde que Tony Blair inventara el socialiberalismo. Desde su nueva posición opositora, en vez de enfrentarse a la derecha, se dedica a legitimar las políticas de clase. No son los votantes sino las propias políticas de partidos como el PvdA las que han hecho entrar en declive a la socialdemocracia (socialiberalismo en realidad). En la pasada legislatura la fuerza apoyó el gobierno del VVD y por ello obtuvo el Ministerio de finanzas  de los Países Bajos desde el que implementó las medidas de austeridad dictadas desde Bruselas.

Pongamos ahora el foco en el partido de Wilders. Descubrimos que su número de escaños es mucho menos alarmante que el que obtuvo en  2014. ¿A qué se debe el pavor de los medios de comunicación y los políticos europeos en las vísperas de las elecciones del pasado 15 de marzo? Las élites han tenido que sufrir dos sustos de calado para darse cuenta de que la ultraderecha es una realidad. Cuando Amanecer Dorado sumaba escaños no pasaba nada, cuando en Austria casi gana el FPÖ tampoco era preocupante, cuando en Francia Marine Le Pen iba aumentando su popularidad, más silencio. Desde Bruselas se gesticulaba mucho y se hacía muy poco. Ha tenido que suceder el Brexit y la elección de Trump (que conlleva un nuevo orden mundial en el que Rusia empieza a importar), para que se vislumbre la ultraderecha como una amenaza. Para Bruselas, en realidad no preocupa tanto la deriva racista de estos partidos, sino el cambio de liderazgo que su llegada al poder supondría en la geopolítica. Esta idea es confirmada por el caso español: desde décadas mueren migrantes en las vallas de Ceuta y Melilla, pero la UE nunca ha temido que el PP o el PSOE (impulsores ambos del muro) llegaran gobernaran.

Cometeríamos un grave error si relacionáramos crisis de refugiados con el auge de PVV. Como apuntaba el rapero Pau Llonch en un artículo para La Directa y como demuestran las cifras, el ascenso de PVV viene cocinándose desde 2006 (lo mismo que ocurre con todo el neofascismo europeo). El fenómeno es en realidad achacable a las tres crisis iniciadas en la década pasada.

En primer lugar encontramos la crisis de los partidos tradicionales y sobre todo de los partidos de izquierdas. El régimen surgido después de la crisis de 1973 con el thatcherismo ha creado unos partidos de derechas partidarios de la economía de casino neoliberal, y unos partidos de izquierdas que han perdido toda la intención de clase gobernando para la economía más que para la ciudadanía. No es extraño que en la mitad de los países de la UE izquierda y derecha gobiernen juntos.

En segundo lugar está la crisis de las relaciones internacionales que se inicio con la caída de la Torres Gemelas y la Guerra de Irak. Las élites han aprovechado la coyuntura para crear un mundo mucho más controlado y en el que el miedo es una moneda de intercambio más. Tampoco es extraño aquí que los partidos neofascistas aumenten sus expectativas a partir de 2003. La islamofobia ha sido avivada por los viejos partidos de derecha y empleada como bandera por las nuevas formaciones de ultraderecha.

Por último y en tercer lugar encontramos como es obvio la crisis económica de 2008. Partidos tradicionales de todas las filias, en lugar de atacar a los verdaderos responsables de la crisis del sistema capitalista, se han dedicado a implementar medidas de austeridad que solo repercuten en las clases bajas y medias de la sociedad. Sin alternativa de izquierdas ilusionante y en una sociedad del miedo, el neofascismo ha sabido rentabilizar la pauperización de las sociedades responsabilizando de las crisis a los migrantes.

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí

El 16 de marzo parecía que los problemas de Europa habían terminado. El PVV no gobernaría, los liberales habían alcanzado la presidencia de los Países Bajos, los refugiados seguían en Turquía, Trump seguía siendo presidente de los Estados Unidos, Marine Le Pen era favorita para ganar la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Francia. No hace falta seguir.

Como diría Augusto Monterroso en el considerado microrrelato más corto de la lengua castellana: Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

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