Drogas: algunos apuntes para el debate [tercera parte]

Javier Sánchez, colaborador de AraInfo, propone este texto dedicado al alcohol para ahondar en el debate sobre las drogas, "apartado, creo, actualmente en la mayoría de colectivos sociales y organizaciones de izquierdas". Un texto que completa su trilogía sobre este asunto.

alcoholEl alcohol es una droga cuya consideración social en nuestro entorno le otorga cualidades diferenciales respecto a las demás, y por ello entendemos que merece un espacio específico en esta propuesta de debate. En esta parte del texto trataremos de sustentar por qué nos consideramos “abstemios políticos”, término que puede (y que pretende) resultar algo chocante. Dicho posicionamiento también tiene algo de reactivo, como en el caso del de los grupos “straight edge” respecto a “todas las drogas”, pero entendemos que la nuestra es una reacción más selectiva, y que también es política y farmacológicamente más precisa y útil. Trataremos, en lo que sigue, de fundamentarla de modo adecuado.

Creemos que es un grave error considerar que los efectos de cualquier ebriedad se circunscriben al breve periodo en que se está bajo ella, y también que éstos se limitan a lo individual. En relación a lo segundo, manifestamos de nuevo nuestra radical diferencia con Escohotado, Szasz y otros teóricos neoliberales. Su individualismo metodológico les lleva a hablar de los efectos sociales sólo para referirse a los desastres que provoca la prohibición, pero no para analizar otras variables desde el punto de vista psicosocial más elemental. Como antes comentamos, no se puede atribuir a las “drogas” cualidad moral; para nosotros es obvio que éstas no son buenas ni malas sino peligrosas. Sin embargo, (y según una reacción lógica dado el horizonte polémico del tema), estos autores, en su intento de “exculpar” a las “drogas”, las presentan como instrumentos neutros que, al parecer, no condicionan o retroalimentan comportamiento alguno.

Evidentemente, los efectos de las sustancias psicoactivas dependen del buen o mal uso que se haga de ellas, pero al tratar este tema (de modo coherente con su visión neoliberal) dichos autores caen en claros “excesos”. El primero es “olvidar” o menospreciar los factores sociales que condicionan el acceso a determinadas drogas (las posibilidades de formación, la seguridad económica, etc., etc., etc…; en definitiva las determinadas por los patrones de exclusión social en general) y cómo dicho condicionamiento influye en el consumo y en los efectos de éste. En su discurso legitimador de la (evidentemente) falsa meritocracia, de la supuesta “igualdad de oportunidades”, contribuyen a la tan funcional al sistema estrategia de psicologización de los problemas sociales; como por ejemplo cuando hablan delansia de victimación” que tienen las y los yonkis, como si fuera su cualidad genética (poco menos que su predestinación, entendida de un modo calvinista) y no los condicionantes y los modos de reproducción sociales los que condujeran a determinados patrones de reacción (que llegan incluso a las tendencias autodestructivas; para nada exclusivas de las y los yonkis, por cierto) ante una estructura político-económico-social. Además de este factor, estos “teóricos” deciden ignorar que tales comportamientos (construidos) se retroalimentan con el consumo determinadas sustancias en el sentido en el que hablábamos al principio, y que de este modo contribuyen a profundizarlos, a veces hasta generar espirales de las que es complicado salir.

Sin duda, los efectos de una sustancia van más allá del momento en el que estamos bajo su influjo y, como todas nuestras experiencias, modelan nuestro modo de ser, nuestra cosmovisión, lo cual, como argumentaremos a continuación, contribuye a su vez a construir determinados patrones sociales. Hay muchos elementos clave que configuran una sociedad y entre ellos, desde luego, están los vehículos de ebriedad, que coadyuvarán a apuntalar algunos modelos, a minarlos o incluso a destruirlos.1

Efectivamente, las sustancias psicoactivas preeminentes en una sociedad cumplen un papel importante en la conformación de su pensamiento y de su actuar general, de su cosmovisión. Esto sucede en mayor medida, claro, cuanto mayor es la extensión y la intensidad de su uso, y de forma especialmente importante cuando se trata de la droga cultural por excelencia, como es el caso del alcohol en la nuestra. Para ver cuáles pueden ser algunos de los caracteres de una cultura fundamentalmente alcohólica creemos que hay que atender a lo que implica estructuralmente tener como uno de sus ritos sociales centrales, para “librarse” de los males, alguna variante del modelo del chivo expiatorio. En el cristianismo es claro el papel paradigmático y fundacional que cumple ese tipo de rito; en cada ceremonia se sigue repitiendo el mantra de “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.2

El hecho de que el alcohol se instalase en nuestro entorno sociogeográfico como droga cultural de la mano del cristianismo (recordemos a que antes era el opio la sustancia más utilizada; también el cáñamo) resultaba congruente con esa destrucción de la cultura farmacológica previa, y también con la consolidación de esa nueva casta sacerdotal que en adelante haría de mediadora entre la divinidad y l@s fieles. Ést@s quedarían ya reducid@s a gentes sin experiencias “trascendentales” directas (sustituidas por la fe), atad@s a dogmas, irresponsabilizad@s en muchos planos (y, por tanto, infantilizad@s, en el sentido peyorativo del término) y adscrit@s a ese modelo de chivo expiatorio mencionado.3

Lo cierto es que en cualquier sociedad que tiene como uno de sus pilares la construcción de chivos expiatorios ocurre que éstos no sólo no “quitan el pecado” sino que sólo posponen la exigencia de más víctimas, sea de individuos concretos, sea de grupos sociales completos. Este tipo de sociedades son esencialmente irresponsables e inconscientes; “educan” estructural y masivamente en la ausencia de reflexión y autocrítica. Confiamos en que esto último no se confunda con algo diametralmente opuesto a ello, como son las “representaciones” (más o menos reales) de autolaceración. En ellas, lo que existe no es responsabilidad sino culpa; no hay reflexión ni análisis, sino impulso; y, por supuesto, no prima la visión social sino la individual, y, por todo ello, éstas cumplen un papel análogo al de los chivos expiatorios, sólo que en menor medida y de modo “voluntariamente” elegido.

Esa estructural ausencia de auto-observación y autocrítica es la que ocasiona que los “errores” (ya hemos comentado antes que bajo el capitalismo, lo que se tiene por tales no lo son realmente), que los problemas sociales, en definitiva, no se solucionen sino que se profundicen según una clara huida hacia delante, y que el rito exija periodicidad. Pues bien, no tiene nada de determinista pero mucho menos de casual que esas sociedades tengan fundamentalmente al alcohol como vehículo de ebriedad, y que ésta sea la droga cultural en las del capitalismo "avanzado” del mundo “occidental”.4 Sin duda, sus efectos de fomentar la inconsciencia y la irresponsabilidad son perfectamente funcionales a un sistema que quiere sólo trabajador@s dóciles y consumidor@s acrític@s. Esa irresponsabilidad y esa inconsciencia, contrarias a los valores sobre los que se debiera erigir una sociedad, son, por cierto, absolutamente opuestas a lo fomentan otras sustancias.5

Se podría objetar que en las sociedades socialistas modernas, por ejemplo las del bloque soviético, o en Cuba (a nuestro entender mucho más cercana al modelo deseable), también fue y es el alcohol la droga cultural. Efectivamente, en estos casos se mantiene ese uso porque ya lo era antes y tiene un gran peso inercial, pero de ello no se podía ni se puede esperar que vaya “a favor” de la edificación de una sociedad distinta, sino lo contrario; que sea un lastre para la transformación necesaria. De ello, eran bien conscientes l@s soviétic@s, como se aprecia por ejemplo en su amplia cartelería sobre el tema, y también l@s republican@s español@s.6

Si de comparar con otros modelos de sociedad se trata, es procedente ponerse unas gafas antropológicas para observar, por ejemplo, las diferencias radicales que existen entre comunidades indígenas que tienen al alcohol como principal vehículo de ebriedad o las que usan otras sustancias; las que pivotan sobre ritos ayahuasqueros, por ejemplo. Incluso viviendo en territorios muy cercanos (dentro de la selva amazónica, en el ejemplo) y con hábitats muy similares, su adaptación a ellos es muy distinta y, con ello, su organización social. Esto se manifiesta de muchas maneras, también en su concepto de desarrollo (incluso en el hecho de si tienen o no dicho concepto; los kogi por ejemplo, de la Sierra de Santa Marta colombiana, sólo hablan de “equilibrio”), pero lo hace de una forma quizá definitiva en su diferente resistencia a la penetración de los parámetros capitalistas y de los modelos dominantes exógenos en general. En esas sociedades “que ninguna lección de socialismo necesitan”, (como escribiera en ese “abrazo” Eduardo Galeano), “fue el capitalismo, como la gripe, lo que vino de afuera.” 7

Esta comparación permite observar con mucha claridad las diferencias que están fundamentalmente determinadas por el uso de unas sustancias u otras. Sin embargo, aun con menos nitidez y con muchos más elementos entrelazados, podemos comprender cómo la sustitución (obligada) de unas drogas por otras contribuye a modificar las sociedades al antojo del poder imperial. La destrucción de modos de producción y consumo, de modelos culturales, de maneras de mirar el mundo, y la creación de las condiciones para el expolio transnacional capitalista necesita también de la imposición de un modo de entender la salud, la ebriedad, etc...; esto es muy obvio. En ese marco, desde luego, la extensión del uso del alcohol, parte a su vez de la extensión general de la imposición prohibicionista, fue y aún es elemento esencial de la estrategia aculturadora necesaria para la neocolonización globalizadora.8

Antes decíamos que es mucho más sencillo destruir que construir, lo cual resulta muy conveniente al (des)orden capitalista. Añadiremos ahora que cambiar y/o acusar a otr@s es también más fácil que ponerse delante del espejo y cambiarse a un@, entendido esto de modo individual y social, y que el alcohol refuerza esa visión proyectiva (como uno de los elementos englobados en la neurosis, aunque este término ahora apenas se utiliza) también en los espacios en los que estamos gente con vocación tranformadora.9 Los efectos de ello en nuestros movimientos sociales están de sobra demostrados: irresponsabilidad, inconsciencia y falta de autorreflexión, informalidades... o incluso la sensación de que tod@s (l@s demás) están equivocados o son “enemig@s”, que deriva en peleas innecesarias, asambleas destruidas, etc, por esa falta de la autocrítica honesta y del respeto que nos acerca a l@s otr@s. Evidentemente esto es generado por una infinidad de factores, pero sí creemos necesario insistir en que el patrón de consumo de alcohol es uno de ellos.

En relación con esto, y con los modelos de ocio masivamente inducidos y funcionales al aborregamiento, si se le pregunta por la causa de su consumo la mayoría de la gente contestará que las drogas (así dicho, todas...) sirven para evadirse. Sin embargo, es evidente (debiera serlo) que esto se ajusta a una determinada gama de sustancias, que incluyen al alcohol en primer lugar, y también a determinados opiáceos y a la basura para embotar mentes de la farmacia, pero no a otras. De nuevo, la consideración general es heredera de la visión de la sociedad alcohólica- prohibicionista.10 La evasión es, lógicamente, lo que una mayoría de la gente busca a diario, inmersa como está en el manicomio en que convierte a una sociedad este sistema criminal. Dado que las condiciones vitales son pésimas, que la vivencia de los problemas sociales se presenta individualizada, y que la ausencia de autorreflexión individual y grupal es lo que prima, es una salida lamentable pero comprensible la búsqueda de embotamiento y también de una vomitina incontrolada de la violencia que el capital incrusta en nuestras relaciones.11

A menudo se dice que el fútbol es el nuevo “opio del pueblo” y que sustituye a la religión en ese papel. Discutiremos esta idea, ya que el fútbol nada tiene de opiáceo, sino que concuerda con la función alcohólica.12 Éste no ejerce como un sedante sino como una vía de fuga de la realidad cotidiana y también como un modo de expresar la violencia, siempre contra otros y siempre de modo irreflexivo. La agresión, sea al árbitro, sea a l@s aficionad@s y jugador@s del otro equipo, sea a l@s propi@s (porque el/la futboler@, como el/la borrach@, siempre sabría mejor lo que hay que hacer...) cumple un papel de válvula de escape y también posibilita sentir determinadas emociones mutiladas en una existencia que puede ser muy gris. Los datos sobre el aumento del consumo de antidepresivos en las sociedades de los países enriquecidos son bien reveladores de las realidades brutales en las que vivimos.13

Además de los efectos socioculturales, el consumo masivo de alcohol modela la sociedad de muchas otras formas, y desde luego tiene una importancia fundamental también en el plano económico, tanto en sentido puramente crematístico y en el de creación de estructuras “productivas” como en cuanto a la conformación de las condiciones necesarias para el despliegue de la lógica del capital, pero aquí no vamos a desarrollar aquí lo referente a ese primero de los sentidos, por resultar muy obvio cualquier comentario al respecto.

La prohibición, en el sentido amplio que venimos utilizando, genera además una uniformización en el consumo de sustancias, que conlleva el de muchos productos de farmacia profundamente reaccionarios en esencia (benzodiacepinas, neurolépticos...) completamente romos intelectualmente, que son pequeños lobotomizadores químicos. Éstos complementan a ese consumo masivo de alcohol y refuerzan los elementos a los que antes aludíamos (inconsciencia, conformismo, ausencia de autoreflexión y tendencia a la evasión...). Obviamente, las anteriores no son sustancias reaccionarias sólo porque alimenten el gigantesco emporio de las farmacéuticas, sino también por esos efectos sociales. También es evidente, y no lo desarrollaremos aquí, que (al igual que el alcohol) son legales por motivos económicos y políticos, y en ningún caso por sus características farmacológicas.

En relación también con esa uniformización, la sociedad alcohólica, en conjunción con el analfabetismo farmacológico inducido que necesita la prohibición, en cierto modo lo alcoholiza todo, también el uso de otras sustancias. Por eso, lo frecuente es que la mayoría de éstas se consuman en bares o de fiesta (entendida ésta como la fiesta de evasión, según el modelo imperante). Bares que, por cierto, y especialmente los de copas, son esos espacios diseñados para consumir alcohol, y tienen poco sentido si no se está bebiendo.14 Lo mayoritario (aún; aunque esto está cambiando) es que casi nadie sepa para qué puede usarse la MDMA, los hongos psolocibios o la LSD, y que much@s puedan llegar a consumirlas en estos entornos, aunque según que sustancias tomen es más improbable que repitan su error...

Debemos decir que hablamos del patrón dominante, pero que éste, como en otros muchos planos, por momentos se resquebraja más y más. Cada vez hay más gente que consume con más respeto por sí misma y se informa sobre lo que toma, (aprovechando el buen trabajo que realizan entidades como Energy Control, Hegoak o Ailaket) y, por tanto, que busca los espacios para consumir más adecuados a cada sustancia. Esto último, como no puede ser de otro modo, sucede más a menudo entre quienes consumen sustancias psicodélicas; sean suaves, como los derivados del cáñamo; sean de potencia elevada, como la LSD, la DMT, los hongos, el peyote, etc...

Al contrario de lo que se suele afirmar, el abuso del alcohol es relativamente limitado, muy pequeño respecto a un consumo que pudiéramos llamar controlado (que no positivo, a nuestro entender). El hecho que entre l@s millones de consumidor@s habituales haya un porcentaje no muy alto de abuso se debe fundamentalmente a que todo el mundo sabe cómo se debería utilizar esta droga. Dicho de otro modo: tod@s sabemos que puede ser “adecuado” tomarse dos cervezas con l@s amig@s un sábado por la noche, pero que es incorrecto beberse tres copas mezcladas con medicamentos (o con matarratas) por la mañana antes de coger el coche para ir a trabajar.15 El hecho de que se den consumos “inadecuados” no tiene que ver, pues, con una falta de información, sino con un grado de desintegración social y, por tanto, personal; con unas determinadas condiciones de vida que llevan a una práctica insana, evasiva y/o autodestructiva. Hay, además otro factor, claro: el consumo de ésta droga en particular (y también de otras pero no de todas) tiende a llevar hacia el exceso. El alcohol siempre pide más, porque esa pérdida de control hacia la inconsciencia lo lleva de suyo. Evidentemente, antes de llegar a determinado grado de embriaguez, y siempre que se tenga cierta edad y/o experiencia y ciertas condiciones de estabilidad personal, esto se puede controlar, pero siempre en contra de los efectos de la droga, no en conjunción con ellos (tal como, insistimos, sí sucede con otras, de las que la prohibición, “curiosamente” dice que no se pueden controlar...)

L@s consumidor@s habituales de alcohol (¿alguien l@s consideraría drogadict@s?), y nos referimos a quienes no pueden ser catalogados como alcohólic@s pero que consumen fundamentalmente esta sustancia y no otras, evidentemente tienen patrones de comportamiento comunes, pero éstos son invisibilizados por la normalidad alcohólica.16 Pondremos un ejemplo. Los rasgos de actuación e incluso estéticos de gentes que no consumen alcohol (o no lo hacen apenas) y que son esencialmente fumadores de marihuana destacan por su diferencia, y pueden ser incluso reconocidos o señalados por mucha gente (“¡qué aspecto de fumeta!”), aún sin juicio de valor mediante. De modo análogo, los de alguien que sólo consume alcohol (y tal vez también los venenos embotadores de la farmacia) también son reconocibles, pero sólo desde fuera de la abrumadoramente mayoritaria normalidad alcohólica que hemos mencionado. En confluencia con muchos rasgos de comportamiento también se normalizan infinidad de prácticas, como por ejemplo todo lo que tiene que ver con los prolegómenos de las relaciones sexuales (con los intentos de ligar, vaya) bajo efectos del alcohol, porque sin beber prima la cobardía y/o la distancia para acercarse a conocer a otras personas. O el hecho de que, algo mucho más común entre los varones, se mantengan determinadas conversaciones personales sólo cuando se está bebido. Con ello, de nuevo, se apuntalan las actitudes patológicas en lugar de trabajarlas a otro nivel para corregirlas.

Obviamente, el anterior se trata de un caso necesariamente algo simplificado y estereotipado, pero entendemos que puede ser útil mencionarlo. De hecho, se puede detectar un claro cambio de patrón de comportamiento entre la gente que ha pasado de consumir cannabis a engrosar la lista de bebedor@s habituales.17 De nuevo, observar esto necesita de una mirada autorreflexiva que va en contra de los patrones sistémicos. En general, además, sabemos que el capitalismo se cuida muy mucho de proporcionar a l@s ciudadan@s (o súbdit@s) herramientas analíticas para comprender su funcionamiento. Al contrario que en los sistemas socialistas, que se esfuerzan por explicar (bien, regular o mal; siempre para ir construyendo algo diferente) en qué consiste tanto su propio sistema como el capitalista, el régimen de mercado necesita ignorancia e inconsciencia al por mayor.

El capital necesita de los rasgos comentados (inconsciencia, irresponsabilidad, aturdimiento, válvulas de evasión...) para apuntalar su lógica. La violencia que lleva en su propio ADN se despliega más fácilmente con la ayuda de ellos y a eso coadyuva la cosmovisión alcohólica. En determinados momentos y actos, incluso, el estado propiamente de embriaguez vehicula la comisión de determinados crímenes y/o permite la salida de violencia acumulada mal gestionada. Dicho de otra forma: no es casual que l@s paramilitares colombian@s, por ejemplo, se emborrachen abundantemente antes de cometer sus masacres, como tampoco lo es que una mayoría de las agresiones de género se produzcan bajo los efectos del alcohol. Tampoco es gratuita la medida de l@s zapatistas de prohibir este consumo en sus comunidades, ante el problema de violencia machista que afrontaban y ante otros disturbios que esta droga contribuye a generar.

Lo que acontece en las zonas de fiesta y/o bares en cuanto a conflictos y peleas evidentemente no sucede, ni por asomo podría suceder, en espacios en los que las sustancias consumidas fueran otras (opio, marihuana, psiquedélicos de alta potencia...), incluso aunque se dieran las mismas condiciones sociales patológicas de partida en ambos casos.18 Como tampoco sucederían las innumerables faltas de respeto (ruidos, desperfectos, suciedad, etc...), cuya asunción por el resto de la gente viene impuesta por esa normalidad alcohólica. El recurrente mandato de tener que soportarlo porque “es que están de fiesta” no sería admisible para ninguna otra ebriedad.

Por todo esto nos declaramos abstemios políticos; esencialmente porque creemos que es una droga contrarrevolucionaria. Sus efectos de fomentar la inconsciencia y la irresponsabilidad son perfectamente funcionales a un sistema genocida, etnocida y ecocida, que quiere sólo trabajador@s dóciles y consumidor@s acrític@s. Aquellos son antivalores de la(s) izquierda(s) y, por el contrario, debemos intentar ser más responsables y sobre todo más conscientes, y además aprender a relajarnos y a relacionarnos de otra manera. Además de hacerlo por disciplina (autoelegida y, por cierto, llevada sin ningún esfuerzo y sí con mucho placer), no bebemos porque creemos que es una droga muy burda, y que incluso para cada uno de sus efectos “beneficiosos” (relajar, liberar tensión y/o ansiedad, facilitar relaciones...) hay otras sustancias más interesantes, en caso de que se quiera utilizar alguna. El alcohol, sin duda, puede “ayudar” a soportar mejor este sistema demencial, y a adaptarse a él (en el peor sentido), en la misma medida en que “ayuda” a no transformarlo.

Ojala nuestros espacios estuvieran libres de alcohol; que nuestras asambleas no fueran enturbiadas por él, y así hablaríamos menos, proyectaríamos (psicológicamente) también menos y escucharíamos más. Ojala nos pudiéramos ver más en parques o en locales, y que nuestros encuentros no finalizasen necesariamente en el bar o, al menos, no para beber. Ojala nuestro ocio también fuera diferente. Ojala que pudiéramos disfrutar de la música sin estar bebidos. Ojala nos culturizásemos más y saliéramos de las categorías de la prohibición y en concreto de las de la sociedad alcohólica. Creemos que eso haría que pudiéramos ser mucho más transformador@s.

Venceremos.

[Javier Sánchez es colaborador de AraInfo. Para cualquier crítica, duda, aportación: moncada26j53@yahoo.es]

UN PEQUEÑO ANEXO DE HISTORIA SOCIO-CULTURAL-RELIGIOSA

Creemos procedente añadir algunas líneas que, además de informar sobre algunos aspectos que nos parecen interesantes, suponen en cierta medida un contrapunto que permite comprender mejor nuestra normalidad actual y cuestionar el carácter natural e inmutable que el sistema pretende otorgarle. Para ello es necesario acudir a Escohotado y a su magna Historia General de las Drogas, cuyo valor es obligado reconocer, sin dejar de manifestar nuestro desacuerdo con el enfoque político de este autor.19

Volviendo a tiempos en los que, en nuestro mismo espacio geográfico-cultural, la normalidad era bien diferente y los vehículos de ebriedad generalizados eran otros, vemos cómo en la Grecia y la Roma clásicas “los usuarios de cualesquiera otras drogas son desconocidos como categoría clínica y social, mientras el dipsómano -alcohólico- constituye un personaje común, que inspira una mezcla de irrisión, lástima y rechazo. Pero lo que se deplora no es un deterioro orgánico sino una conducta, y dentro de esa conducta no tanto la “peligrosidad” para otros como su relación con la virtud propia”.

Sin embargo, hubo quienes exculpando (excesivamente, como hemos visto) al vehículo farmacológico, insistían en distinguir las virtudes del alcohol de los vicios humanos. “Platón diferenciaba expresamente “la ebriedad y el hecho de beber vino” y afirmaba que éste “nos preserva a la vez del temor y de la temeridad y permite al alma adquirir el pudor, y al cuerpo la buena salud y la fuerza”. No se acaba de entender bien cómo Platón puede pensar que la embriaguez etílica defiende de la temeridad y contribuye a la adquisición del pudor”. No obstante, y aunque ello no disculpa a este filósofo de error tan garrafal, para entender esto en alguna medida hay que tener en cuenta que “tanto los griegos como los romanos (al menos en tiempo de la República) tomaban el vino rebajado, excluían rigurosamente a las mujeres y a los hombres jóvenes, se oponían a concursos de bebedores y no valoraban positivamente las jactancias sobre el aguante”.

“El Antiguo Testamento celebra los poderes del vino para consolar al hombre infeliz, y andando el tiempo estos caminos de resignación acabarán considerándose lo único racional.” “Por el contrario, como vehículo de éxtasis, adivinación y terapia el alcohol nunca mereció de los chamanes americanos y euroasiáticos juicio distinto del que enuncia el Satapatha Brahmana, bastante antes de la predicación budista: Soma es verdad, prosperidad, luz; sura (alcohol) es falsedad, miseria, tinieblas.” “En efecto, esta “degradación” y “perdición” sólo se atribuyó a las bebidas alcohólicas, aunque en modo alguno siempre o por principio. Los demás fármacos son invariablemente medicinas, sujetas a un régimen de automedicación o a usos suntuarios.” “Frente a los enteógenos en varios cultos mistéricos, remedios para varias patologías, vehículos de inspiración artística, bálsamos que suavizan las asperezas de la relación intersubjetiva, hábito invencible de tantos, el vino y las bebidas alcohólicas serán durante la era pagana los únicos fármacos que sugieran también degradación ética, placer bochornoso e indigna huida ante la realidad.”

Recordemos que en términos socioculturales o religiosos profundos podemos conceptualizar fundamentalmente dos tipos de ebriedad. “Por un lado, la de posesión o rapto, que se realiza con drogas que emborrachan, aniquilando la conciencia como instancia crítica y también la memoria. Con el acompañamiento de música y danzas violentas, estos ritos buscan un frenesí que libere del yo y promueva la ocupación de su espacio por un espíritu tanto más redentor cuanto menos se parezca a una lucidez. Se busca la estupefacción y el olvido, un trance sordo y mudo aunque físicamente muy vigoroso que concluye en un reparador agotamiento.” Tal vez esto nos resulte familiar... “La fiesta -así entendida- es sagrada, siempre que sea breve. Puede considerarse que su función es fortalecer cierto sistema de prohibiciones, proporcionando la válvula de escape para la tensión que son transgresiones periódicas (de acuerdo con la tesis psicoanalítica).”

“Otra es la ebriedad extática, que se realiza con drogas que desarrollan espectacularmente los sentidos, creando estados anímicos caracterizados por la “altura”. Caracteriza el trance no sólo retener la memoria, empezando por el recuerdo de estar sometido a una alteración de la conciencia. Pero lo propiamente esencial de su efecto —donde coincide sorprendentemente con el viaje místico sin inducción química— es una excursión psíquica caracterizada por dos momentos sucesivos. El primero, donde el sujeto pasa revista a horizontes desconocidos o apenas sospechados, salvando grandes distancias hasta verse desde fuera, como otro objeto del mundo. El segundo es el viaje propiamente dicho, que implica empezar temiendo enloquecer para acabar muriendo en vida, y renaciendo purificado del temor a la vida/muerte. Si bien el éxtasis puede considerarse centrado en la fase del renacimiento, la secuencia extática comprende el conjunto y —cuando el caso es favorable— se resuelve en alguna forma de serenidad beatífica.”

...

Notas:

1 Como comentaba el propio Escohotado, “es escandaloso hasta qué punto ha sido omitida la cuestión en clásicos de antropología, y hasta qué punto lo sigue siendo en tantos manuales contemporáneos.” Respecto a su visión neoliberal y a la de Szasz, obviamente son muchos más aspectos los que nos separan de ellos que el referido arriba.

2 Evidentemente, el cristianismo no es la única religión que mantiene este tipo de visión; hay muchas más, que hacen determinados sacrificios ceremoniales, sea un apuñalamiento ritual, sea despeñar por un acantilado a aquell@s en quienes se “depositan” los males de la comunidad. En conexión con esto, “La relación hombre-dios puede ser básicamente un acto de miedo (marcado por la proyección paranoica), y puede ser también un acto de esperanza (marcado por la fiesta y la reconciliación). En otras palabras, tiene dos sentidos, según que el sacrificio sea expiatorio o que se represente un rito de comunión. En los expiatorios el acto parte del hombre y llega a la divinidad a través del sacerdote y la víctima, mientras en los de comunión parte de un dios encarnado en alguna planta, y a veces en un animal, que a través de su ingesta por los comulgantes se identifica con ellos”. Son palabras de Lévi-Strauss, citadas en Escohotado, A., Historia General de las drogas, Anagrama, Madrid, 1998 (7ª edición), p. 43. En el cristianismo, como decimos, se sustituyó enseguida cualquier vehículo que facilitase una comunión (con la naturaleza en general o con los semejantes en particular) por un pedazo de pan inerte y por la fe.

3 Esto sería extensísimo de desarrollar, y muy interesante, por cierto. Ver los mínimos comentarios que hicimos en las páginas iniciales de la primera parte del documento y también el pequeño aparte que hemos situado al final de ésta tercera.

4 Mantenemos el término, no sin cierta ironía, porque nunca un término geográfico fue tan impropiamente utilizado.

5 Hay sustancias que efectivamente aumentan la consciencia en lugar de disminuirla, lo cual no quiere decir que produzcan automáticamente (por sí solas, tal como se llegó a pensar en ciertos años) una mejor comprensión, propia y del mundo, sino que la pueden facilitar si existe la voluntad de saber y de transformar. Para eso, hace falta un aterrizaje político, y formarse en la teoría y en la práctica con honestidad. Si no se cambian las condiciones reales de vida, lógicamente, tras el “fogonazo de conocimiento” la readaptación al sistema será la norma general de la mayoría de la gente. Ver los comentarios de la primera parte del documento y también el anexo “Algunos usos potenciales”.

6 Ver las reflexiones sobre el socialismo que incluimos en la segunda parte del documento. Respecto a la cartelería: http://www.tululuka.net/alco/; http://www.taringa.net/posts/imagenes/7027667/Carteles-contra-el-alcohol-Propaganda-Sovietica.html. Para el caso republicano: esderetro.blogspot.com.

Uno de los carteles soviéticos muestra a un trabajador rojo frente a las tuberías de vapor de una fábrica. Está a punto de aplastar a una gran botella de alcohol. El martillo gigante tiene las palabras "La Revolución Cultural" que, a diferencia de la revolución cultural china de los años sesenta que era una lucha política, la Revolución Cultural Soviética implicaba la eliminación del analfabetismo, la fundación del sistema educativo, el cambio de la vida privada y social de los ciudadanos, el desarrollo de la ciencia, la literatura y el arte bajo la supervisión del Partido. Por supuesto, el alcohol fue considerado como el enemigo de estas reformas. Reproducimos también unos versos de Demian Bedni, uno de los poetas más notables de la época Soviética:

Tú, no, no jueges con la bebida.
Más bien destrúyela,
culturalmente, masivamente.

Poderosamente, iracundo,
Destrúyelo a diario con violencia,
En cada paso, sin dar descanso al enemigo.

7 Galeano, E., El libro de los Abrazos, Ed. Siglo XXI, Madrid, 2002. Lo mismo podríamos decir de quienes manejan los honguitos, el peyote o el ololiuqui. Todas ellas son sustancias que aumentan la consciencia, mientras que el alcohol la disminuye.

8 Se podrían poner miles de pequeños ejemplos que apuntalan esa idea general que, por evidente, no creemos necesario desarrollar en extenso. Es muy conocida la heroinización del sudeste asiático, así como su alcoholización y la introducción masiva de “medicamentos” de farmacia, que siguió a la prohibición del uso ancestral del opio; la imposición de la “medicina” alopática en comunidades que tenían (y tienen) otro modo de entender la salud y que además utilizaban sus propios remedios naturales. Vemos cómo muchos de los principios activos de plantas tradicionalmente usadas fueron extraídos y luego patentados, a la vez que se prohibía el uso de la planta madre.

Por poner otro pequeño ejemplito, veamos el mero “detalle” de imponer la desaparición del fumadero de opio que había en el Parlamento Iraní por parte, cómo no, de los EE.UU., que vendría a ser como si un país musulmán obligase a eliminar el bar del Congreso de los Diputados.

9 A nivel social, la construcción del modelo de “ciudadan@ de bien” es paralela y complementaria a la de los patrones de los grupos desviados. En las sociedades cerradas como la nuestra, esos colectivos dan cohesión a l@s que observan con pulcritud las normas sistémicas. Esto, efectivamente, es la raíz misma de la exclusión. En estrecha relación con ello, es conveniente construir un “otro” externo (o acaso varios) al que se pueda considerar como un enemigo que amenaza la existencia misma de la que se entiende como única sociedad legítima, la “democracia” burguesa. Los medios de reproducción sistémica contribuyen a conformar una imagen de la realidad que, obviamente, condiciona la realidad misma. Al respecto de éstos y otros conceptos sociológicos, insistimos en recomendar las interesantes y brillantemente expuestas tesis de Alessandro Baratta, criminólogo crítico que nos legó numerosos textos casi imprescindibles, como el antes mencionado “Introducción a una sociología de la droga”, en el libro colectivo VV.AA., ¿Legalizar las drogas?: criterios técnicos para el debate, Editorial Popular, Madrid, 1991. Muy interesantes también algunos de los conceptos de R. K. Merton, como el de “profecía autocumplida” al que aludimos en la primera parte.

10 L@s que quieran evadirse tomando un psiquedélico de alta potencia, simplemente se han equivocado de sustancia. Al respecto de los opiáceos, cabría algún matiz muy necesario, que nos llevaría a hacer algo de historia y a precisar sus caracteres farmacológicos, pero esto nos llevaría demasiado lejos y no es propósito de esta parte del documento.

11 Cuando la realidad es tan brutal, es más fácil la evasión... Como decía un compañero colombiano, insisto, colombiano, que vivió en España un tiempo: “Nosotros vivimos bajo regímenes violentos, ustedes viven en realidades brutales”. Tan socialmente patológico es lo considerado “normal”, que hacerse consciente de ello duele; más aún: abruma, y puede incluso paralizar en primera instancia. Pero la lucha política (en el sentido digno del término) es la única actitud que puede y debe posibilitar salir de la espiral destructiva. Si la voluntad transformadora de la persona en cuestión es sincera, la fase de parálisis dura poco. En todo caso, a esa consciencia sólo se llegará si existen las condiciones mínimas del entorno, es decir, en el proceso vivo de resistencia en colectivo, porque nadie resiste sol@...

12 Además, el hecho de que la religión se haya ido ya es muy discutible en sí... En caso de que haya un sustituto a nivel masivo, señalaríamos más bien la religión del dios Mercado, con todos los mitos y dogmas que le acompañan, desde la “mano invisible” y el “libre mercado”, a los también ficticios “soberanía popular” y “estado de derecho”.

13 Como dijimos, el capital es un sistema asocial (ver la primera parte del documento). La competitividad, el individualismo, la soledad estructural, la educación masiva en la insolidaridad y el embrutecimiento... (No sólo en la escuela; ni siquiera fundamentalmente a través de ella y sí a través de los medios de (des)información de masas) son efectos del capitalismo que, afortunadamente, son contrarrestados, y lo serán de modo creciente, de muchos modos.

Hablamos de “países enriquecidos”, claro, para dar cuenta de los procesos históricos de colonización y saqueo que en la mayoría de los casos les (nos) ha otorgado esa posición dominante.

14 Hace algo más de una década, antes que pasase de beber alguna cerveza y algún licor suave, pero sin emborracharme, (y de ser “el sereno del grupo”) a decidir ser estricto y decir “ni una más”, me embriagué una vez por pura cultura general, para entender mi entorno. Efectivamente, los bares de copas convencionales, especialmente cuando aún se podía fumar en ellos, son lugares bastante hostiles, que cobran sentido si se está bebido en algún grado y que son esencialmente diferentes de un fumadero de opio o de un lugar propicio para tomar psiquedélicos. Este comentario es tan obvio como infrecuente que se produzca, porque la normalidad alcohólica naturaliza la presencia de los bares.

15 Poc@s sin embargo saben cómo se debieran consumir determinadas sustancias ilegales, con qué frecuencia, para qué funciones, y much@s menos aún los que saben qué están tomando y con qué está adulterado. Lo del matarratas no es broma...

16 Lo precisaremos aún más: nos referimos a gentes que no tienen una dependencia de esta sustancia (especialmente) patológica (aunque habría tanto que discutir sobre ello...) y que no van a tener en ningún caso un delirium tremens, el no tan nombrado síndrome de abstinencia alcohólico, si dejan de consumir.

17 Al respecto del cannabis, haremos un inciso: ante la extensión de su consumo observamos cada vez más gente que dice preferir el hachís “porque la marihuana le sienta mal”. Evidentemente, debido a su adulteración, el primero, se adapta más a una pauta de consumo diaria que busca más bien un adormecimiento cercano al embotamiento; una relajación “sin más”, que se parece en alguna medida (sólo en alguna medida) a la evasión alcohólica. Entendemos, y esto puede ser muy polémico y discutible, que cada sustancia tiene su frecuencia y su uso adecuado. Los derivados del cáñamo en estado puro son capaces de interrumpir la rutina psíquica y posibilitan ciertas reflexiones y de vivencias de sensaciones de un modo más intenso al ordinario. Por eso creemos que su uso principal debiera ser exactamente ese: hacer revisión de patrones y/o de lo vivido en un periodo, mirar las cosas desde otro punto de vista, fomentar la comprensión de actos propios y ajenos, mejorar la comunicación… sin que ello excluya usos más lúdicos, como relajarse, o simplemente el hecho de constatar que existen más profundas dimensiones de contacto corporal y especialmente sexual, etc... Eso es demasiado intenso para hacerlo con determinada frecuencia (de nuevo más cercana al patrón alcohólico o a otros), y por eso la mayoría de la gente busca versiones más “cómodas”. Además, y refiriéndonos simplemente al consumo responsable y razonable, quien fuma marihuana, sabe lo que fuma; quien fuma hachís (salvo en las escasas ocasiones en las que éste es casero) fuma algo de resina de cáñamo con quién sabe qué más...

18 Sobra decir que el alcohol es un tranquilizante: siempre duerme, no estimula, y sólo genera esa sensación por la anestesia de las barreras que limitan, (evidentemente por múltiples y complejos motivos), la acción en condiciones de sobriedad. Hay otras sustancias, obvio, que también podrían fomentar esa liberación de violencia (cocaína, por ejemplo) pero su consumo está tan íntimamente ligado al alcohol en nuestra “sociedad” que siempre suelen converger los efectos de estimulante potentes (con el matiz, pre-potente que además tiene la cocaína) con los de la bebida.

19 Todos los entrecomillados, por tanto, son extractos mínimamente tejidos o superpuestos para darles coherencia que pertenecen a diversos capítulos de esta obra, antes citada.

...

Noticias relacionadas:

Autor/Autora

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de nuestra política de cookies, pincha el enlace para más información.

ACEPTAR
Aviso de cookies