¿Adiós al chocolate?

Tela con las noticias veraniegas sobre drogas, caracterizadas casi siempre por "el rigor y la seriedad". El pasado 14 de agosto, diversos medios nos informaron, es un decir, acerca de la última moda en las discotecas alemanas. Según nos cuentan, “ya no se consume alcohol ni drogas” (obsérvese que la primera, según ellos, no lo es...) sino “solamente cacao puro esnifado”. “Tiene efectos similares a la cocaína”, afirma uno de los “expertos” consultados, “y también al cannabis, en tanto que genera placer”. Ufff, qué cantidad de cosas se nos ocurren similares al cannabis, entonces... Pero vamos al remate de la noticia, que es el que más nos deleita: “Algunos expertos estudian la posibilidad de considerarlo como una droga”. Veamos...

Por supuesto que el cacao es una droga, como lo es el alcohol, el café, la LSD, la coca o el diazepam. El cacao contiene varios cientos de sustancias, entre las que destaca la teobromina (del griego “theo” (dios) y “broma” (comida)), que produce un aumento del nivel de serotonina y de dopamina. También contiene triptófano, precursor de la serotonina, feniletilamina (aunque degradada rápidamente por la monoaminoxidasa o MAO) y una pequeña dosis de cafeína. De hecho, la teobromina, por ser una metilxantina, está relacionada con la cafeína y la teofilina. Además, claro, los productos a base de cacao que contienen azúcar pueden intensificar más el efecto estimulante. De modo que sí; como otras tantas es una droga, en este caso legal... Estamos ante los problemas del habitual modo de definir “droga”, que científicamente no se sostiene de ningún modo.

Pero, en definitiva, si se decide usar la palabra prohibida y prohibidora... ¿Nos quedaremos sin chocolate? Bueno, tranquilo todo el mundo. Sabemos que la definición legal de unas y otras sustancias psicoactivas la determinan factores económico-político-sociales, de modo que no hay riesgo. No vemos, por ejemplo, a la (casi) todopoderosa Nestlé reconvirtiendo su producción hacia un sucedáneo sintético que se “demostrase” más seguro (¿Sí?) y sin potencial euforizante. Eso es tanto como decir que sería capaz de emular a la industria farmacéutica en su generación de sucedáneos del opio y, en este caso, nos tememos (o, más bien, celebramos) que los condicionantes sociales y económicos de unos y otros son bien distintos. Y ni tan siquiera el tono sensacionalista de noticias como ésta podrá cambiar eso. Si no fuera así, imaginen tener que trapichear con chocolate, en proporciones variables y mezclado con vaya usted a saber qué. O escuchar noticias como “detenidos varios integrantes de una red de tráfico de chocolate y desmantelada una pastelería clandestina” o “ingresados en urgencias tres jóvenes por consumir chocolate adulterado en una fiesta”. Suena raro, ¿No? Bueno, a alguien que vivió hace tan sólo un siglo le hubiera sonado igual de extraño respecto a cualquier otra sustancia de las que hoy están prohibidas.

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