A la caza del culpable del ascenso de Vox

fascismo
Santiago Abascal, presidente de Vox.

Recordaran al correcaminos metiendo la cabeza en un agujero del suelo mientras el coyote le acechaba con torpeza. Pues muchas veces esa es la sensación que tengo del funcionamiento de la izquierda. Solo que en lugar de una única y huidiza ave existe un sinfín de cuellos introduciéndose en el suelo. No pienso que cada una de esas cabezas se mantiene en un compartimento aislado. Lo veo como si cada una tuviera una puerta de entrada pero todas compartiesen un agujero común, más grande, que se convierte en una cueva de algarabía, gritos, insultos y desprecios. Un ‘todos contra todos’ pero sin los Eskorbuto sonando, porque según qué sectores consideran que los de Santurzi eran ofensivos y políticamente incorrectos.

La subida de Vox, lejos de empujar hacia la autocrítica en cada uno de esos hoyos, ha conseguido aumentar la algarabía en el espacio común. Todos contra todos. Así, unos acusan a la tibieza de Unidos Podemos del desencanto y la abstención; otras a los hombres, pues son los señoros quienes votan a Vox; algunas a los posmodernos; otros a las abstencionistas; cienes a los obreristas; algunos supremacistas han asegurado que las andaluzas no saben votar; muchos han acusado a los independentistas catalanes; y algunos a las madalenas de Carmena. Mil motivos bajo el suelo. Y mientras las cabezas siguen dentro de su agujero defendiendo quijotescamente sus argumentos, el coyote, por fin ha hecho una a derechas. Bueno, a ultraderechas.

No soy yo quien tenga la respuesta al problema de las izquierdas. Nadie la tiene. No busquen opinólogo u opinóloga a quien seguir y poder asumir a pies juntillas sus argumentos, porque todas y todos nos equivocamos. Siempre, de vez en cuando, alguna vez, muchas veces o casualmente, pero erramos. El error nos persigue y nos encuentra. Y en el caso de las izquierdas parece que el despropósito lleva años implantado. Sus representantes, sus popes en ocasiones, se han convertido, por lo general, en seres exaltados que defienden su diez por ciento de verdad frente al ocho por ciento del de al lado. Y lo hacen con una vehemencia que llega a ser incomprensible para quienes estamos en el mismo lado de la trinchera. Está la cosa como para convencer al del lado contrario. Realmente, no convencerían ni a las más cercanas en tierra de nadie.

Y es que encima de esa línea que dibuja el suelo, sobre las discusiones de las diferentes izquierdas, existe un mundo. Un mundo que nos estaba diciendo cosas desde hace tiempo, pero al que tratando de asaltar los cielos; enfrascadas en la política institucional y lo que provoca; criticando a quienes habían optado por participar de este sistema de puertas para afuera y para adentro de las candidaturas; o discutiendo sobre la diversidad; no hemos querido o sabido escuchar.

Hemos visto ganar a Bolsonaro, que se inicie el Brexit, la llegada de Trump, el auge de partidos de extrema derecha en prácticamente toda Europa. Un nuevo fascismo con corbata que pese a los esfuerzos de Steve Bannon está todavía lejos de ver el nacimiento de una alt-right internacional, debido sobre todo a la diversidad de la propia ultraderecha europea. Todo esto ha generado reacciones entre la izquierda española, efervescentes o tibias, porque quizá imbuida por ese ya lejano espíritu del 15M ha considerado que seguía siendo necesario alcanzar los cielos a toda costa, aunque sea pactando con la socialdemocracia a la que tanto se criticó en aquel mayo de 2011.

En estas seguía la izquierda el pasado domingo 2 de diciembre. En esas o en las madalenas de Carmena. Y apareció el coyote con doce escaños en el parlamento andaluz. Saltaron las alarmas. Se retomaron lemas del antifascismo clásico en las redes sociales. No pasarán. Pero ya habían pasado, y lo hacían con tres mensajes básicos: unidad patria, criminalización de la inmigración y lucha contra lo que consideran “ideología de género”. Patriotismo, xenofobia y antifeminismo. De que haya gente que vote estos mensajes no se puede culpar a la abstención. Ni a la izquierda tricornio. Ni al independentismo. Ni al posmodernismo. Ni al feminismo. Ni al movimiento LGTBIQ. Ni al antirracismo. De hecho, creo que la izquierda debe sacar la cabeza del hoyo y mirar. Escuchar. Vivir. Comprender que la involución democrática, el nacimiento de una ultraderecha emergente en todo el planeta, son una realidad motivada por múltiples condicionantes ligados a una crisis sistémica que no tiene visos de solución. Que los nuevos fachas han venido para quedarse. Y que en la mano de la izquierda está abandonar los debates estériles y plantar cara a este crecimiento, en todos los espacios y de todas las formas posibles, o continuar con la cabeza metida el agujero, en el ombligo más bien, buscando un culpable.

Autor/Autora

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de nuestra política de cookies, pincha el enlace para más información.

ACEPTAR
Aviso de cookies